Mantener la calma

José Luis Bonet TRIBUNA

OPINIÓN

María Pedreda

04 mar 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El coronavirus COVID-19 se extiende rápidamente por todo el mundo. Pero, gracias a la globalización, más veloz aún es la expansión del miedo, un agente mucho más peligroso para la economía global que el propio virus.

La paralización de la producción en las regiones más afectadas en China y los efectos adversos sobre la industria, el comercio, el transporte y el turismo en el resto del mundo han provocado ya severas caídas en los mercados bursátiles y un recorte en las previsiones de crecimiento económico para este 2020.

La OCDE ha sido el primer organismo internacional en revisar sus previsiones para este año como consecuencia del efecto del coronavirus.

En su escenario más optimista, que la expansión del virus se controle en la primera mitad del año, la factura en términos de crecimiento económico será de medio punto porcentual en todo el mundo. Es decir, la previsión de incremento del PIB mundial se rebaja del 2,9 % al 2,4 %.

Sin embargo, si la epidemia es más intensa y duradera en el tiempo, el crecimiento podría rebajarse hasta la mitad de lo inicialmente calculado, quedándose en un débil avance del 1,5 % que se traduciría en la probable entrada en recesión de algunas de las economías más avanzadas del mundo.

China exporta mercancías por valor de 2,4 billones de euros, más que ningún otro país en el mundo; también es el máximo importador de materias primas, y solo Estados Unidos consume más petróleo.

De momento, esta crisis sanitaria está empezando a afectar a las cadenas de suministro sobre las que se basa el comercio mundial, tanto a los proveedores de materias primas para las industrias chinas como a las empresas de todo el mundo que dependen de piezas y componentes que se fabrican en China. Industria automovilística, bienes de consumo o productos tecnológicos son sectores que ya se están viendo afectados.

El problema es que llueve sobre mojado y esta emergencia sanitaria y sus consecuencias económicas se suman al cúmulo de elementos adversos que ya estaban condicionando el comercio internacional, como el brexit, la guerra comercial entre China y Estados Unidos o los incrementos de aranceles impuestos por EE.UU. a algunos países.

En estos momentos, estando decididos a mantener la hipótesis más optimista, guardar la calma y no sobreactuar es imprescindible; eso sí, sin dejar por ello de trabajar en planes de contingencia para poder reaccionar en caso de que sea necesario.

La búsqueda de proveedores alternativos o la organización de medidas de teletrabajo para asegurar la continuidad de la actividad son iniciativas necesarias, pero sobre todo es crucial confiar en la gestión de la epidemia por parte de las autoridades sanitarias nacionales e internacionales y no adoptar acciones desproporcionadas que alimenten la espiral del miedo, ni medidas económicas que contribuyan a desalentar todavía más el crecimiento económico.

Esperemos que nuestro optimismo no se vea desmentido por la realidad.