El dolor y la amargura no son lo mismo. El dolor corre estos días por todas partes, hasta los huesos. Los enfermos, las ausencias. Nos duele también no abrazarnos, aun sabiendo que el amor no lo borra ningún virus. Ningún tiempo. Dejemos el cárdeno dolor, aunque no deje de dolernos. Y hablemos de la amargura. Porque la amargura anda desbocada por esta España, viejo país ineficiente, escribió Gil de Biedma. Contra la amargura escribo. Como un manifiesto sin abajo firmantes. La amargura vive estos días principalmente en las redes sociales. Lo sabemos, incluso, los que no poseemos tales herramientas. Pero las malas noticias corren más que los bandidos malos. La amargura también duele. Contra la amargura escribo. Amargura de los que propagan ideología en medio de la desgracia, sin reparo alguno. Contra los que en el peor momento de nuestra historia reciente no nos dejan ni siquiera estar confinados en paz. Contra la amargura de los que inventan falsas noticias y contra la amargura de los que no saben ni siquiera pedir perdón. Esa amargura me carcome especialmente. Y se transforma en tristeza. La tristeza en un país que no merece tanta herida y, mucho menos, las cicatrices que nos quedarán.
Contra la amargura escribo porque han de perdurar la amistad y los valores en los que creo. Porque el ser humano tiene que conocer la inhumanidad para ser más humano todavía. Contra la amargura con mis uñas, hasta romperme, gritando y comiéndome la voz en esta Voz del país más hermoso, de los mil ríos y la esperanza, del verdor y los dos mares, Galicia. Contra la amargura con toda mi fe, yo que rezo. A este país le va a hacer más daño la amargura que el propio dolor que sufrimos. Esa amargura cruel y babeante. La amargura es más pródiga que la inteligencia: no tiene límite; la inteligencia, sí. Detesto con toda mi alma la amargura. La repudio y combato con ahínco. Sabemos que ganaremos la batalla de la peste: hemos ganado antes, ser humano. Pero quizá sea más importante vencer la batalla de la amargura, de derechas y de izquierdas, ruín, que ocupa el paisaje de la actualidad. Contra la amargura escribo porque creo que los generosos son más que los pérfidos. De aquí, dicen, saldremos más fuertes. Lo ignoro. Pero sí saldremos sabiendo quién es cada quién. Los que han estado a la altura y los que no. Me quedo con los primeros. Y solo digo eso. Porque yo escribo, hoy más que nunca, contra la amargura.