La pandemia del coronavirus ha desnudado a la Unión Europea mucho más de lo que ya lo hizo la crisis económica del 2008. Entonces afloró la insolidaridad y el rencor de los países del norte hacia sus vecinos del sur, a los que solo ven como compradores de sus productos industriales y proveedores de lechugas, naranjas y pepinos, pero a los que en realidad consideran un hatajo de vagos que gastan lo que no tienen en «alcohol y mujeres», según afirmó el ex presidente del Eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem. En aquel momento se trataba de salvar la economía y el empleo. Ahora, sin embargo, se trata de salvar vidas. Pero ni siquiera la amenaza de que los muertos puedan llegar a contarse por millones vence ese prejuicio. El primer ministro portugués, Antonio Costa, calificó con razón de «re-pug-nan-te» el discurso del ministro de Finanzas holandés —de nuevo los Países Bajos—, Wopke Hoekstra, sobre la necesidad de investigar a Italia y España por pedir ayuda tras gastar el dinero en salvar el estado del bienestar en lugar de haber ahorrado.
Lo más grave no es que ese discurso sea inmundo, sino que es equivocado. O Europa sale de esta unida, o lo pagarán todos, incluidos alemanes y holandeses. Lo sabe hasta Merkel. El problema es que tras años difundiendo el mensaje falaz de que los PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España) les roban —que en el Reino Unido llevó a la tragedia del brexit—, es difícil que la opinión pública de esos países trague la tesis de que mutualizar la deuda no significa que los ricos —ellos— paguen la factura de la pandemia, sino que los buitres no se ceben con los más golpeados por el virus, porque los eurobonos estarían respaldados por algo más difícil de atacar: la Unión Europea. El fondo de 100.000 millones anunciado para frenar despidos es por eso un parche que oculta la negativa a aceptar la solución estructural.
España, sin embargo, tiene un problema de coherencia, porque lleva años reproduciendo internamente lo que sucede en Europa. La solidaridad entre autonomías brilla por su ausencia, incluso en esta crisis, hasta el punto de que Feijoo tiene que dar explicaciones por ceder respiradores de Galicia a Madrid. Aquí no solo se han tolerado discursos re-pug-nan-tes, como el del independentismo catalán, que dice que andaluces y extremeños «se pasan el día en el bar» con el dinero de Cataluña, sino que se les ha convertido en socios del Gobierno. Y, lejos de fomentar entre las autonomías la solidaridad que ahora se reclama a Europa, se admite el principio de ordinalidad que exige el nacionalismo para limitar la solidaridad interterritorial. Y ello, a pesar de que cuando se puso en marcha el Fondo de Liquidez Autonómica, que sería equivalente al estigmatizador MEDE que plantean ahora los nórdicos, Cataluña recibió 70.000 millones, uno de cada tres euros del total.
Es difícil rebatir en Europa el repulsivo discurso de que los PIGS nos roban mientras aquí se tolera y hasta se premia a quienes, incluso en medio de esta tragedia, machacan con el España nos roba. Hace falta más Europa. Pero también más España.