Sophie avanza con sus dos hijos por la fila del campo de concentración hasta un punto en el que los caminos de los confinados se bifurcan. En ese cruce, un guardia nazi selecciona a los prisioneros. Hacia un lado, la cámara de gas; hacia el otro, los barracones. Sophie avanza con sus dos hijos pequeños hasta que le toca el turno. El centinela escruta la estampa con la indiferencia cruel de quien administra a su antojo la muerte y le exige a Sophie que elija. Que escoja. Que seleccione. Que prefiera. Que decida cuál de sus dos hijos vive. Cuál de sus dos hijos muere. Allan Pakula rodó en 1982 aquel camino terrible de Sophie-Meryl Streep y el abismo cierto y espantoso que conlleva una decisión así, una de esas decisiones que nadie debería verse obligado a tomar.
Pandemia nos ha llenado de decisiones que nunca pensamos que tendríamos que tomar. La más devastadora, la de los sanitarios que deben elegir ante la avalancha. Imposible imaginar qué tipo de desolación, de impotencia y de rabia tiene que instalarse en el alma de quien se enfrenta a una prueba semejante. Qué resaca emocional les dejará Todo Esto.
Hay muchas más decisiones terribles. Han de ser horas muy sombrías en el Gobierno. Yolanda Díaz enfrentada a un cataclismo impredecible cuando se convirtió en ministra, como si Todo Esto fuese una broma fatal en un destino que pintaba diferente. Cómo serán los minutos de todos ellos mientras el castillo de naipes se desmorona y el minuto a minuto de la realidad les obliga a administrar un mundo nuevo lleno de dolor para tanta gente.
Y luego están las decisiones que cada hora tomamos cada uno de nosotros. La decisión de mantenerse cuerdo y esperanzado pero vigilantes, siempre vigilantes.