De nuevo una gran crisis sorprende al sistema productivo español con el paso cambiado. Si en el 2008 la construcción residencial fue la zona cero del desastre, ahora el hecho de que un sector tan afectado por la pandemia como el turístico represente más del 12 % del PIB y el empleo hará que la caída del conjunto se vea amplificada. Entiéndase bien: el problema no es tener una actividad turística muy desarrollada (aunque bien estaría que fuera más eficiente y diversificada) sino que su peso esté tan descompensado, debido a la insuficiencia de otros ámbitos.
Arrastramos desde hace tiempo la letanía de «hay que cambiar el modelo productivo». Durante la crisis financiera ya se habló con insistencia de aprovechar la proximidad del abismo para cambiar de rumbo -la famosa «destrucción creativa»-, pero los avances se han quedado muy cortos (menos vivienda, mayor peso de las exportaciones). No se trata solo de una cuestión de configuración sectorial. El problema principal radica en la tasa de productividad, que se mantiene baja debido a las rémoras que arrastran sus principales determinantes. Ocurre con la educación, cuyos efectos sobre el crecimiento nunca parecen tomarse en serio; con la inversión en investigación (poco más de 1,2 % del PIB); o con el exceso de minifundismo empresarial.
Es por eso que abundan los escépticos sobre que ahora vaya a ser diferente. Sin embargo, es verdad que el actual derrumbe económico presenta una serie de rasgos nuevos; algunos riesgos inquietantes pero también factores de un posible impulso para el cambio productivo que necesitamos: que la economía se haga más intensiva en conocimiento. Señalaré dos muy destacados.
El primero debería venir de la respuesta a esta cuestión: los grandes programas de inversión que se preparan, ¿deben dirigirse sin más a recuperar las actividades económicas de siempre, o, por el contrario, ya que vamos invertir y a endeudarnos de un modo acusado, no sería más conveniente hacerlo en la dirección que de todos modos tendríamos que transitar en los próximos años? Hablo, naturalmente, de la obligada doble transición de los sistemas productivos hacia un entorno que permita luchar contra el cambio climático y la adaptación a una digitalización masiva. La UE estaba ya preparando ambiciosos planes en esas dos direcciones: ¿no es este el momento para ponerlos de verdad en marcha?
El segundo gran factor de impulso tiene que ver con la pregunta, ahora mismo tan frecuente, de si no hemos ido demasiado lejos en la deslocalización industrial, delegando una parte importante del «hacer cosas tangibles» en las cadenas globales de valor. Después de la herida profunda dejada por los problemas de aprovisionamiento de productos básicos en estas semanas, aquellas cadenas probablemente sufrirán un retroceso. Confiemos que se haga evitando reflejos nacionalistas -lo que tendría efectos nefastos-, pero cabe pensar que durante los próximos años serán muchos los países ahora entregados a la economía de servicios -también España- en los que resonará la idea de, al menos, una cierta recuperación de la industria. Si lo relacionamos con el punto anterior, sabiendo además que big data e inteligencia artificial saldrán de esta coyuntura crítica muy reforzadas, la apuesta por la Industria 4.0 parece mucho más que un eslogan. Necesidad y virtud podrían unirse ahora para crear una oportunidad real de cambiar el modelo productivo. Pero las oportunidades hay que saber aprovecharlas.