Quijotes contra molinos de viento

Pedro Armas
Pedro Armas LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

29 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

España es país de quijotes y molinos. La quijotería es una de nuestras esencias. Poco nos cuesta rimar quimera y bandera. Si los gigantes son enemigos desaforados e invisibles, mejor que mejor, aunque el enfrentamiento vaya de peor en peor, hasta concluir con el quijote de turno humillado, pero sin reconocer su derrota. Ya Cervantes titulaba el suceso como la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento. Ese es, sin duda, el capítulo más conocido del Quijote. Todos lo hemos leído: completo, en edición encuadernada o de bolsillo; resumido, en edición para escolares, con o sin ilustraciones; visto, en dibujos animados o películas; oído, en la sinfonía de Strauss. Todos hemos tenido afinidad con el hidalgo loco que, con tanta información novelesca, fantástica pero falsa, se creía caballero andante y arremetía contra treinta y pico molinos de viento manchegos, aunque bastaron las aspas del primero para descabalgarlo y dejarlo maltrecho por los suelos. De nada sirvieron los gritos realistas de su escudero, al que acusó de miedica.

El coronavirus ha resultado ser un enemigo gigantesco y enigmático. Un enemigo primero imaginario, hasta desbordar nuestra imaginación, y luego evidente, hasta desbordar nuestra evidencia. Frente al realismo de la pandemia, la utopía de la fraternidad. Nos hemos solidarizado con los que llamamos héroes anónimos (sanitarios, vendedores, guardias, docentes). Creamos héroes con demasiada facilidad, pero nos olvidamos enseguida de tal condición. Lavamos nuestras manos y, acto seguido, nos lavamos las manos.

Pregúntese a la cajera del supermercado, que hace unas semanas era una heroína y ahora es objeto de críticas por parte de clientes impacientes que no soportan unos minutos de cola. Pregúntese al policía local, que era un héroe por ayudar a ancianos que habían quedado aislados y es un villano por sancionar a ancianos que infringen las normas de confinamiento paseando arriba y abajo por su calle peatonal de siempre, según ellos, por prescripción médica. Pregúntese al guardia civil, que era un héroe al patrullar por carreteras secundarias informando a unos y otros, con alto riesgo de contagio, y es tildado de autoritario por poner multas a quienes infringen las normas de circulación yéndose de fin de semana a su chalé de segunda residencia o a la casa familiar de la aldea. Pregúntese a la maestra, que era una heroína por sus clases a distancia, mientras buscaba materiales docentes de calidad para sus alumnos, y es malvada cuando los evalúa por debajo de lo previsto por los padres. En la curva de percepción de la heroicidad se salvan los sanitarios, por el momento. Somos mucho de ir contra los molinos de viento hoy pero, si nos dicen que vengamos a moler mañana, va a ser que no nos pilla bien.