Víctima durante siglos de leyendas negras sucesivas, asumidas por gran parte de nuestra inteligencia, España logró imprimir a su historia un giro radical con la recuperación de la democracia que siguió a la Transición. Aunque hoy injustamente denostada por los que hablan desde la crasa ignorancia, la mentira o el rencor retroactivo, racionalmente inexplicable, la construcción de nuestro Estado democrático fue uno de los momentos de mayor prestigio del país.
Un prestigio que se mantuvo durante casi cuatro décadas: el crecimiento económico de España, la superación de muchas de las diferencias entre sus territorios, los progresos en derechos y libertades, el reconocimiento de la pluralidad interna de la nación, la plena incorporación a Europa, la normalidad electoral, la estabilidad gubernativa y la alternancia democrática, todo contribuyó a mejorar lo que ahora se denomina Marca España. Y todo se logró pese a los atrancos -algunos terribles, como el del terrorismo- que hubo que sortear en el camino.
La general admiración que España provocaba entre propios y extraños tuvo su primer tropiezo serio con la voladura de nuestro tradicional sistema de partidos, que se tradujo en la pérdida de la estabilidad política, que tan buenos resultados había dado. Después del 2014 dejamos de ser uno de los países más estables de Europa y nos convertimos en uno de los más inestables, fenómeno agravado por los intentos insurreccionales del separatismo catalán, que, antes y después de su fracasó, hizo ímprobos esfuerzos para desprestigiar al país y al Estado que quería destruir.
La funesta respuesta del Gobierno a la terrible crisis del covid-19 -destacada no solo por gran parte de los medios de comunicación nacionales sino, también, por algunos de los más importantes medios internacionales- ha supuesto un golpe mortal (nunca mejor, dicho por desgracia) a ese prestigio tan trabajosamente conseguido. Pese a la manipulación o el ocultamiento de datos relevantes, los más destacados son indiscutibles: España es hoy oficialmente el país con mayor número de infectados en proporción a la población y, después de Bélgica, el que ha sufrido proporcionalmente más fallecimientos.
La falta de material médico y el desbarajuste en su compra, la falta de protección de nuestros sanitarios (a la cabeza del mundo en número de contagiados), la baja cifra de test realizados (que nos sitúa, por debajo de la media europea, en el lugar número 17 del planeta, y no en el 10, dato erróneo, fruto de un burdo manejo del Gobierno), o un confuso plan de desescalada que ha provocado un rechazo general, todo ha contribuido a un profundo deterioro de la imagen del país, que a lo largo de esta gravísima crisis, lejos de aparecer ante los ojos del mundo como el Estado avanzado que es en realidad pese a los muchos y graves errores del Ejecutivo en la lucha contra el coronavirus, lo hace como aquella España atrasada que provocaba en Occidente desprecio, conmiseración o una penosa mezcla de ambas cosas.