La decisión de Inés Arrimadas de intentar salvarse del naufragio aferrándose al tablón que le lanzan interesadamente Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es el canto del cisne de un partido que culmina todo un ciclo en el que ha ido dando tumbos en todas direcciones con el único nexo común de erosionar sus propias siglas. Confiar en la palabra de Sánchez es una ingenuidad impropia de quien lleva ya suficientes años en la política como para diferenciar una bisagra de una veleta. Resulta incomprensible que sea precisamente Ciudadanos, defensor de los valores liberales, quien dé oxígeno a un Gobierno en el que se integra un partido como Unidas Podemos, que no oculta su intención de aprovechar la pandemia para acabar con lo que Pablo Iglesias llama el régimen de 1978, que no es otra cosa que el pluralismo político, la monarquía parlamentaria y la libertad de empresa y de mercado. Y es precisamente ahora, cuando Iglesias y Sánchez utilizan el estado de alarma para amenazar a empresarios, críticos, jueces y prensa libre, cuando Arrimadas acude a su rescate para que se prolongue la situación de excepcionalidad democrática, en realidad innecesaria para gestionar la crisis. «¿Libertad para qué?», le contestó Lenin al español Fernando de los Ríos cuando este le preguntó en qué momento permitiría su gobierno la libertad de los ciudadanos. En cuanto Cs deje de serles útil, Iglesias y Sánchez ensamblarán el mecano del gobierno Frankenstein con los independentistas y los herederos de ETA.
Albert Rivera dejó muy alto el listón de la incoherencia tras firmar primero un pacto de gobierno con Sánchez que acabó en investidura fallida; aliarse después con Rajoy tras jurar que no lo haría; propiciar más tarde la moción de censura contra Rajoy, y negarse finalmente a formar un Gobierno de coalición moderado con Sánchez cuando tenían mayoría absoluta, provocando así la llegada del único Ejecutivo socialcomunista de Europa. Arrimadas, sin embargo, lleva camino de superar a su predecesor. Tras huir de Cataluña convirtiendo en inútil la histórica victoria de un partido españolista en esa comunidad, dejando a Torra campar a sus anchas, la que fue la máxima colaboradora de Rivera confía en salvarse renegando del mentor de la mano de Sánchez. Pero acabará como él, rumiando en un bufete bien pagado el rencor de sus errores.