En el 2005, cuando Núñez Feijoo fue elegido diputado gallego, pocos apostaban por él. En el 2009, lo mismo. Sin embargo, primero lo eligieron presidente del PP gallego y después, contra todo pronóstico, presidente de Galicia. Ganó tres mayorías consecutivas en tiempos en los que las mayorías absolutas eran improbables. No le gusta a todo el mundo. Pero nadie, ni sus más voraces enemigos, le niegan la valía. Lo hacen, incluso, cuando lo menosprecian e infravaloran.
Es un juego habitual en la retórica: decir lo contrario de lo que se piensa aun a sabiendas de que los receptores del mensaje, públicos de todo tipo, conocen la verdad. Y la verdad es que Núñez Feijoo ha gobernado bien Galicia. Ha hecho que cuadrasen las cuentas, le ha dado una dirección y no la ha abandonado. En sanidad ha invertido más y mejor que ningún otro (¿se imaginan esta epidemia sin nuestros grandes hospitales?).
Su educación es un referente para toda España y así lo señalan las estadísticas. En servicios sociales, con nuestro envejecimiento y dispersión poblacional, ha sabido no arredrarse. En cultura, hemos perdido los complejos.
El cuidado del medio ambiente y nuestros dos elementos «identitarios» (mar y rural) han avanzado. Y cuando tocó lidiar con la mayor crisis de nuestra historia, esta que vivimos, él hizo que los ciudadanos —dicen los inquéritos— valoren óptimamente sus actuaciones.
Hace meses, fueron muchos los que pensaban que había llegado su tiempo en Madrid. Pero él dijo no. Siguió en Galicia porque ese era su compromiso. He dicho muchas veces que si Feijoo no ganase aquella mayoría del 2009, nuestra suerte habría sido distinta. El bipartito fue un caos. Solo recordarlo, parece una pesadilla: sus riñas, su dual política (similar a la que nos viene ahora de Madrid), su comunicación «enlosada»: aquellos tiempos en los que tanto valía un «usted no sabe con quién está hablando». Feijoo devolvió la calma con «gestión».
La gestión lo ha llevado a que prevaleciese lo técnico, informes de expertos, sobre cualquier otra iniciativa. De ahí alguno de sus errores, porque no es infalible y alguna vez yerra.
Alberto Núñez Feijoo, con su «gestión», sobrevive en tiempos de populismo y demagogia. Pero puedo estar equivocado.
Galicia, sin embargo, no se equivocará. Las elecciones son para el verano. Sabremos entonces si aquel diputado tímido del año 2005 se ha convertido en el político más apreciado de la historia de Galicia. Yo, humildemente, así lo creo.