
El barco de bandera española navega a la deriva, con más vías de agua en su casco que un queso gruyère. Chocó con un iceberg que no figuraba en las cartas de navegación y el agua inunda los camarotes, especialmente los de tercera clase.
Ante una tragedia de tal magnitud, el capitán lleva las de perder. No es el responsable de la catástrofe, pero sí de su gestión y de la operación de rescate. Y también de los inevitables errores, alguno mayúsculo e imperdonable, como descongelar la contrarreforma laboral prevista en la vieja normalidad, lo que supone, entre otros perniciosos efectos, dificultar la llegada del imprescindible auxilio europeo.
El capitán sale malparado cuando el buque encalla. Las crisis -repásese la del 2008- suelen barrer a los gobiernos de cualquier signo y condición. Caen como fruta madura o como fruta podrida, pero caen. Si esto es así, ¿por qué la oficialidad de nuestro buque, amotinada contra el usurpador del cargo, tiene ahora tanta prisa por derrocar al capitán, sin esperar siquiera a que amaine la tormenta?
Sospecho que, en el fondo, lo que aterra a los oficiales de derechas, el origen de su indisimulado nerviosismo, es que el barco y su capitán se mantengan a flote contra viento y marea. Émulos de Méndez Núñez, prefieren honra sin barco que barco sin honra. Mi sospecha se reafirma al leer la respuesta de un cronista del reino a su propia pregunta: ¿por qué no se cae el Gobierno ya? Su reflexión tiene matices, pero la conclusión la comparto: el capitán todavía no se ahogó porque lo sostiene el pasaje. Incluso, en unas hipotéticas elecciones, no descarta mi colega que todo siga más o menos igual. Los ciudadanos, augura, seguirán equivocándose.
No seré yo quien defienda la infalibilidad del pueblo. En la historia, sin necesidad de recordar el éxito de Hitler en las urnas, hay ejemplos a porrillo de errores siniestros. Pero, puesto que todos somos falibles, confiaré siempre más en el veredicto de la mayoría que en el juicio de los pontificadores de turno.
¿Y qué dicen los pasajeros de este barco a la deriva? No lo sabemos. De momento solo emiten señales. Castigan al mando por sus errores y sus querellas internas, pero están lejos de aplicarle la pena capital que demanda la derecha. Defienden la continuidad del estado de alarma para salvar vidas y observan cómo al cabecilla del motín no le importa hundir el barco si con él se ahoga el capitán. Miran y aprueban el giro de Ciudadanos. Asisten perplejos a la fiesta motorizada de Vox, sin saber qué carajo se celebra, porque la pandemia persiste, la economía tiene cáncer y Sánchez aún no ha caído. Y contemplan una singularidad del caso español: los primeros en protestar no son las víctimas, ni los hambrientos, ni los parados, ni los trabajadores de futuro incierto, ni los autónomos que bajaron la persiana, sino los ayusos que vivieron su confinamiento en apartamentos de lujo. Tiene razón mi colega: si las cosas siguen así, los ciudadanos seguirán equivocándose. Y acabarán por darle la razón al Gobierno: estamos mal, pero menos mal que estamos.