Las farmacias. Siempre están ahí. Son un servicio de proximidad. Crean comunidad. Son una necesidad a pie de acera, en las ciudades, en las villas, en los pueblos. Nos hemos cansado de aplaudir en esta pandemia. Los aplausos fueron dirigidos a los trabajos esenciales. Por supuesto, a todos los profesionales sanitarios que cuidaron y cuidan de nuestra salud. Las salvas de aplausos para ellos eran de ley. También se aplaudió a rabiar a la cadena de alimentación. A las cajeras de los supermercados, a los transportistas, a los ingenieros de telecomunicaciones que hicieron el milagro en muy poco tiempo de que muchos pudiesen trabajar desde la placenta de casa, a salvo. Enrojecimos nuestras manos por los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Por los policías locales, por los bomberos, que siguieron ahí velando por las urgencias. Como por los médicos y por las enfermeras, mostramos nuestro agradecimiento a los incansables conductores de ambulancias. Pero tengo la sensación de que no hemos valorado lo suficiente otra garantía de nuestra salud: el rostro amigo de los farmacéuticos. Tal vez, como decía al principio, porque siempre han estado ahí, cercanos, con el consejo a punto cuando lo necesitamos. No los hemos ensalzado como los héroes que han sido y que son en estos tiempos de crisis. De guardia es algo que asocias a las farmacias. Pero estar de guardia, en cualquier profesión, implica un sacrificio que muchas veces no se resalta en su justa medida. Las farmacéuticas, los auxiliares, todos lo que forman esa familia de bata blanca que tenemos en cada barrio, mantuvieron sus puertas abiertas en las peores circunstancias. A algunos les costó la vida. Sí, la vida. Merecen un recuerdo oceánico, inmenso. Merecen salvas y salvas de aplausos. Tomaron medidas de precaución y nos enseñaron a tomarlas. Nos cuidaron como han hecho toda la vida, como si, en vez de un vecino, fuésemos familia, un hermano, un abuelo o un padre. A las farmacias y a los farmacéuticos les ha pasado en esta pandemia que no hemos resaltado su valor, como no aprecias ese bello amanecer que tienes cada mañana frente a tu ventana. Lo das por hecho. Ellos han sido uno de los colectivos más relevantes de estos meses. Incansables. Prestos a ayudar. Peleándose con la falta de medicinas que a veces se producen. Dando alternativas. Los he visto a pie de obra increíbles en su apoyo a los que tenían que seguir con los tratamientos crónicos. Las farmacias, servicio esencial, han sido y son nuestro hogar común. No nos olvidemos nunca de aplaudirles. El destello de esa cruz verde nos ha dado lo que más precisábamos: tranquilidad.