El escritor irlandés Oscar Wilde (1854-1900) reiteró su firme convencimiento de que «cada vez que la gente está de acuerdo conmigo, siento que me estoy equivocando». Yo creo que algo así nos está pasando a muchos españoles en el actual trance político-pandémico. Estamos de acuerdo en algunas cosas, cierto, pero desconfiamos de las posiciones -y declaraciones- de los demás en muchas más. Quizá porque hemos entrado en una fase plagada de fullerías, artimañas y embelecos. Es como si la mayor parte de los discursos fuesen maniobras de distracción para lograr objetivos partidarios.
¿Qué sucede realmente? Que lo estamos reformulando casi todo y que, al hacerlo, intentamos someter el pasado, el presente y el futuro a una revisión oportunista y carente de rigor. Porque, en verdad, no sabemos bien dónde estamos y cada fuerza política intuye con dificultad adónde quiere o puede ir. Esto explica toda la confusión. El magnate estadounidense William Randolph Hearst (a quien el cineasta Orson Welles satirizó en la película Ciudadano Kane) sostenía que «un político hará cualquier cosa por conservar su puesto, incluso se convertirá en patriota». Del lado soviético, Nikita Kruschov, presidente del Consejo de Ministros de la URSS, decía que «los políticos son iguales en todas partes. Prometen construir un puente incluso donde no hay río».
¿Estamos en estas en España? No se puede asegurar que no. Porque ciertamente los políticos, sean del partido que sean, tienen mucho en común..., aunque no todo. En lo que más se parecen, sin duda, es en su querencia por el poder. De hecho, tal vez no sería exagerado decir que lo hacen todo para alcanzarlo, cada uno con su discurso en busca de una «hegemonía cultural» en la que se dirima el juego político. Porque todos están convencidos de que «hay que tomar partido» y lo toman, cada uno el suyo.
Antonio Gramsci, uno de los inspiradores de Podemos, decía que «la conquista del poder cultural es previa a la del poder político, y que esto se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados orgánicos infiltrados en todos los medios de comunicación, expresión y universitarios»… Y yo me pregunto: ¿Acaso no están ya todos en este juego?