El progre prefiere que le diferencien a que le definan. Según la RAE, se llama progre, de manera coloquial, al progresista, individuo de ideas avanzadas. En el plano político la academia atribuye esas ideas al liberal radical, justo lo contrario de lo que piensa la gente, para la cual el progre es un tipo de izquierdas, partidario del poder estatal, no del individualismo liberal. El moderado de derechas también se reconoce progresista, en el sentido de estar a favor del progreso, pues si el progreso implica movimiento, no asumirlo supone instalarse en un inmovilismo propio del reaccionario. El más carca reniega de cualquier progresismo y, cuando llama a alguien progre, lo hace a modo de insulto.
Ser progre no ha sido siempre lo mismo. En los años setenta no se llamaba progre al que andaba en la lucha antifranquista, sino al pasota, al que pasaba de todo. Marcuse, marxista y hegeliano, que ya avisaba de la capacidad del capitalismo para fagocitar toda oposición interna transformándola en una moda, no habría entendido la moda actual de ser progre pero no de izquierdas. Sin embargo, el manual del progre de hoy dice que hay que dejarse de izquierdas y derechas, hay que ser transversal, hay que mirar al cielo, no al suelo.
En la progresía actual encaja bien la izquierda caviar; esa izquierda sin concordancia entre el ejercicio y el ejemplo, la estética y la ética, la propuesta y el propósito; esa izquierda que atiende al ideograma y no a la ideología, que promociona al que pregona medidas sociales igualitarias y lleva una vida nada igualitaria, llena de prebendas y puertas giratorias. A esa izquierda caviar se suma encantado el antisistema que deja de serlo en cuanto empieza a disfrutar de las ventajas del sistema. Menos mal que hay excepciones, incluso en el Gobierno.
Ser progre hoy consiste en ser ecologista, defender al toro bravo y a la mascota mansa, pero no meterse en una lancha neumática para combatir la pesca ilegal; en ser feminista, escandalizarse por el lenguaje no inclusivo y la publicidad sexista, pero no pelear contra la brecha salarial en la propia empresa; en usar la condición de homosexual o bisexual como una tarjeta de presentación, pero no luchar contra la homofobia... Ser progre ya no es lo que era. En la primavera de 1968 el progre buscaba la playa debajo de los adoquines. En el verano de 2020, el progre pasea por la playa, con mascarilla de diseño, comentando los deméritos del emérito, pero sin definirse como republicano.