Brevería. La corona y el virus

Doktor Pseudonimus

OPINIÓN

15 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Corruptio optimi pessima. Lo decían los latinos y llevaban toda la razón. La corrupción de los mejores es la peor de todas. Porque todos necesitamos personas a las que admirar. Por eso resulta tan triste leer lo que ahora se escribe sobre D. Juan Carlos I sin que nadie lo contradiga. Y si todo eso es cierto surge inevitablemente la pregunta: ¿tan difícil resulta hoy en día conseguir aquel «otium cum dignitate» que admiraban los antiguos? Y si esa dificultad es real ¿a qué puede deberse? La respuesta es complicada pero algunas pistas pueden encontrarse en ese gran libro de Javier Gomá titulado precisamente Dignidad. Como muestra ahí les va un párrafo: «la modernidad siente una atracción voluptuosa por los aspectos más turbios de la vida. Si la cultura premoderna enseñaba al hombre a ser virtuoso, ahora, por el contrario, le incita a ser una personalidad auténtica con lo bueno pero también con lo malo de ella. Lo bueno aparece como antiguo y aburrido. Solo lo vulgar, lo perverso y lo feo se reclama como un botín de guerra en nombre de una sinceridad militante». Cierto pero triste. Porque los recuerdos son algo así como los muebles de la memoria. El tiempo pierde su poder aniquilador redimido por los recuerdos. Y en ese mobiliario la persona de D. Juan Carlos aparecía como una figura casi providencial. La de alguien que supo ser instrumento clave en la transición de la dictadura a la democracia. Los vencedores de la guerra renunciaron al botín y los vencidos a la venganza. España fue, por fin, un país moderno. Por eso resulta ahora tan triste verlo abandonando la corona como su abuelo y huyendo hacia donde nadie sabe. En plena pandemia, producida por un virus conocido precisamente como «coronavirus».