El pitillo de playa es una mala herencia de los años rebeldes. Antes que al pitillo fuimos adictos a la tortilla de playa. Hoy en día, cuando se limita el número de cigarrillos y bañistas, recordamos aquellas excursiones dominicales a playas con pinar, a Cabanas, Perbes o Balarés. Las madres madrugaban, se convertían en cocineras: tortillas con y sin cebolla, empanadas de xoubas, ensaladilla, filetes rebozados y pimientos de Padrón. Esperábamos tres horas para un baño sin el temido corte de digestión. Usábamos el poncho cambiador, a modo de mesa camilla, para quitarnos y ponernos el bañador, manteniendo el equilibrio y montando un numerito. Viajábamos en un utilitario sin aire acondicionado, pero con aire de clase media. Eran tiempos con menos restricciones, aunque estábamos más reprimidos.
La norma de no fumar en las calles y las terrazas es comprendida por todos, aunque es discutida por algunos fumadores. La norma de no fumar en las playas es discutida por todos los fumadores, sobre todo en playas poco concurridas, donde es evidente la distancia interpersonal de seguridad y donde el ambiente está hiperventilado. Hay comunidades autónomas en las que está prohibido fumar en todas las playas. No es el caso de Galicia, donde se puede fumar siempre que el fumador esté parado y a más de dos metros de los demás.
Sin embargo, está prohibido fumar en las mencionadas playas de antaño: en la cala de Chamoso de Cabanas, Perbes o Balarés, que han sido declaradas por la Xunta playas libres de humo. Bajo el eslogan «Lo normal es no fumar», se trata de promocionar una vida sin tabaco, disuadir de la normalidad del consumo de tabaco en la playa, reforzar el papel modélico de los progenitores ante los hijos y cuidar el medio ambiente. Antes de la pandemia en esas playas ya no se podía fumar en el arenal señalizado, salvo en las terrazas de bares y chiringuitos, donde ahora tampoco se puede fumar sino no está garantizada la distancia social. El pitillo de playa ha pasado de rebelde a clandestino.