Hasta las piedras cambian

Cristina Sánchez-Andrade
cristina sánchez-andrade ALGUIEN BAJO LOS PÁRPADOS

OPINIÓN

21 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Explica el periodista estadounidense Peter Baker en una reciente entrevista a Donald Trump que «a finales de agosto, durante una llamada telefónica de cuarenta minutos (al presidente), le costó describir en qué había cambiado». «Creo que me he vuelto más reservado de lo que era hace cuatro años», sugirió al fin, después de pensárselo mucho. «Creo que soy algo más circunspecto». Un poco después, cuando le preguntó en qué cambiaría si obtenía un segundo mandato, la contestación de Trump fue la siguiente: «En poco, la verdad. Creo que sería parecido». 

Curiosa respuesta, porque hasta el más ignorante sabe que el mundo se halla en una corriente eterna: «todo fluye, todo perpetuamente cambia», «no se puede entrar dos veces en el mismo río», dijo Heráclito. Así, la tierra sufre una lenta pero persistente transformación, el sol, el sistema solar, el universo entero. Hasta un cadáver se halla en estado de desintegración. El mismo Donald Trump, mientras se esfuerza en demostrar su inmutabilidad, cambia, envejece.

Los que escribimos novelas sabemos (o al menos, deberíamos saber) esto: si un personaje no sufre una evolución, por pequeña que sea, mal asunto. Piensen ustedes en libros, en películas o en series que les hayan apasionado y comprobarán como cuanto mayor sea el arco de transformación del personaje, tanto más les gustará. Se me ocurre, por ejemplo, la evolución que sufre Walter White de la serie Breaking bad, que pasa de ser el perfecto y modesto padre de familia al mayor traficante de drogas del país. O Winston Smith, de la novela 1984 de George Orwell, que al final de la misma, después de luchar contra el gran hermano durante toda su vida, se da cuenta de que ya no necesita luchar, porque ahora es uno más del rebaño.

Es verdad que se puede cambiar de manera dramática y también de manera suave, a veces casi imperceptible, pero el lector o el espectador sí debería sentir que el personaje es capaz de hacerlo mientras dura la historia, que tiene la opción de hacerlo. No hay nada más gratificante que comprobar cómo después de una situación complicada, que normalmente conlleva una epifanía, el personaje reconoce un error o una limitación que, solventado, le permitirá emprender un nuevo camino.

«Lo único que uno conoce verdaderamente acerca de la naturaleza humana es que cambia», dijo Oscar Wilde. El que Donald Trump no quiera cambiar, como afirma el presidente, de cara al siguiente mandato, después de una pandemia como la que estamos viviendo, de la consiguiente crisis económica que ha llevado a su país a un desempleo que no se veía desde la Gran Depresión, así como de las graves protestas antirracistas, es, desde luego, preocupante (si la vida del presidente fuera una ficción, el lector, harto de mala literatura, cerraría el libro).

Pero lo que es verdaderamente grave es la actitud: ¿a Donald Trump no le permitirá su soberbia reconocer por una vez en su vida que algo sí ha tenido que aprender? Hasta las piedras cambian, aunque su desintegración sea imperceptible.