A ras de suelo

Cristina Sánchez-Andrade
Cristina Sánchez-Andrade ALGUIEN BAJO LOS PÁRPADOS

OPINIÓN

Óscar Cañas

28 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Hurón y retraído. Íntegro, despojado como su escritura. Habitaba un territorio que estaba más allá de los egos, de los rencores, del barro en el que chapotean muchos escritores. En el fondo, no era otro que el Nini, el niño protagonista de Las Ratas al que todo el mundo interroga sobre las cosechas, el tiempo o los pájaros; o el Mochuelo, de El camino, que no tiene ningún interés en dejar el campo para «progresar» en la ciudad. Todo esto y mucho más es lo que muestra estos días la exposición sobre Miguel Delibes de la Biblioteca Nacional que, con motivo del centenario de su nacimiento, hace un recorrido por su trayectoria vital y su universo literario. Emociona ver muchas cosas: la recia mesa de madera en la que trabajaba, su máquina de escribir (aunque sus novelas las escribía a mano), el cuadro de su mujer vestida de rojo, del pintor Eduardo García Benito, su inmensa familia (tenía siete hijos y muchos nietos), su faceta de caricaturista en el diario El Norte de Castilla, las fotos con otros escritores de su generación como Umbral o Cela, cazando, de viaje en Estados Unidos. En especial conmueven los manuscritos, el temblor de su letra picuda sobre las cuartillas ahuesadas, los tachones (¡muy pocos!), las palabras a ras de suelo, el libro sobre el protestantismo en España del que tomó datos para escribir El hereje: mirar todo esto es como sostener entre las manos el pajarito palpitante que está a punto de romper el cascarón.

De la exposición sale uno sobrecogido, poseído de esa envidia sana y a la vez aplastante que le lleva a pensar en aquello que decía Coco Chanel de que «se triunfa con lo que no se aprende».

Cuenta el propio Miguel Delibes en varias entrevistas que se echó a escribir de casualidad, «porque tenía algo de tiempo una vez aprobó la oposición a profesor de Derecho Mercantil», como se echaba a andar de madrugada cuando salía a cazar: con determinación pero sin el agobio de volver con la pieza más grande. También dijo: «He llegado más lejos de lo que esperaba». Intuyo que llegar lejísimos tampoco le debía interesar mucho.