El mejor futbolista de la historia es Diego Armando Maradona. Pelé, Cruyff y Di Stéfano, han sido jugadores extraordinarios. Pero nada ha sido comparable a Maradona. Durante mucho tiempo se ha hablado de que la irrupción de Messi acabaría con el reinado del Pelusa, pero el paso del tiempo ha ido colocando a cada uno en su sitio.
Y han sido precisamente estos últimos años los que más han alejado a Leo Messi de la figura del Diego. Mucho mejor goleador que Maradona, su influencia para llevar al éxito al Barcelona se vino abajo a medida que desaparecían de la alineación Xavi e Iniesta, y entraba en declive Sergio Busquets. Messi, rodeado del mejor Barça de la historia, ha sido una bomba atómica. Con un equipo menor, no ha sido suficiente para mantener a los culés como la referencia mundial.
El peso de Maradona en sus equipos, mientras sus excesos no habían erosionado su forma física, era descomunal. Solo así se entiende que Argentina ganara en México y jugara otra final de un Mundial más. Así se explica que el Nápoles alcanzara cotas inexploradas con la conquista de dos Ligas, una Copa y una Copa de la UEFA. Allí donde se sentía querido, Diego tiraba del carro con una fuerza extraordinaria, hasta el punto de convertir a un equipo de meritorios en un grupo ganador. Él no solo hacía jugadas maravillosas, marcaba goles extraordinarios y daba pases imposibles. Su vínculo emocional con el grupo y la grada era la clave de todo. Ninguno de los grandes del fútbol, ni Pelé, ni Di Stéfano, ni Cruyff, ni Messi consiguieron llevar su liderazgo con el balón en los pies a esa otra dimensión. Claro que eran adorados, aplaudidos y reconocidos, pero alrededor de ninguno de ellos surgió una especie de religión.
Quizá por eso Maradona deja legados como la mano de Dios y el gol de todos los tiempos, una jugada que años después Messi reeditó ante el Getafe, pero que Diego firmó ante la odiada Inglaterra y en un Mundial que acabaría ganando.
Ahora que ha muerto tempranamente, víctima de una vida de excesos, su figura superará todos los límites en los altares del fútbol y de la vida misma. Y sería injusto que, de alguna manera, sus adicciones de pobre hombre interfirieran en lo que de verdad debe importarnos de Diego, su figura colosal de futbolista. Porque eso es lo que era, un futbolista que fue feliz en el campo y que también hizo feliz a mucha gente.