Isaac Díaz Pardo, el artista que hizo hablar a las piedras

Cristina Sánchez-Andrade
Cristina Sánchez-Andrade ALGUIEN BAJO LOS PÁRPADOS

OPINIÓN

30 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Pasó un poco desapercibido, como casi todo este año, pero en agosto se celebró el centenario del nacimiento de Isaac Díaz Pardo (Santiago de Compostela, 22 de agosto de 1920 - A Coruña, 5 de enero de 2012), artista, empresario y fundador del grupo Sargadelos. Es por eso que, en estos últimos días de diciembre, me gustaría dedicarle estas líneas. Conociendo un poco su biografía, una se pregunta cómo hubiera sido su vida si las cosas hubieran sido distintas. Si en 1936 no hubieran detenido y luego cuneteado a su padre, Camilo Díaz Baliño, el escritor, artista gráfico e intelectual galleguista; si, con tan solo dieciséis años, no hubiera tenido que vivir escondido medio año en la casa de su tío Indalecio; si su madre no se hubiera muerto de pena tres años después; si no hubiera tenido que pasar de ser un niño educado en los valores republicanos a ser un adolescente bajo sospecha, o si hubiera podido estudiar Arquitectura, que era lo que él, y también su padre, querían.

Hay una anécdota bonita y es que, antes de que estallara la guerra, Díaz Pardo hizo hablar a las piedras pintando un gran mural en el suelo de la praza do Obradoiro, en el que, con letras vanguardistas, se leía: «Estatuto Autonomía de Galicia. Sí». Después se subió a lo más alto del pazo de Raxoi y fotografió en picado ese «Sí» que Galicia le otorgó a su autonomía el 28 de junio de 1936. La foto aún puede verse por ahí.

Los poetas a menudo nos hablan de gente que, atrapada en sus propias circunstancias, luchan por vivir su «propia vida». Díaz Pardo no pudo disfrutar de todo lo que la proclamación del Estatuto gallego hubiera supuesto. Eso, junto con lo sucedido en ese verano del 36, se percibía en la bruma de sus ojos y en ese aire tristón que le caracterizaba. Pero lo que sí hizo fue conservar viva durante toda su vida la llama de las utopías republicanas y autonomistas. Así, en cuanto se pudo, viajó a Londres y se encontró con los exiliados españoles, entre ellos Luis Cernuda, y también a Argentina, en donde se hallaba la diáspora gallega. Años después, en colaboración con Luis Seoane, levantó el Grupo Sargadelos, ensayo artístico cultural inspirado en el racionalismo de la Bauhaus que reunía oficio, arte y empresa. Sargadelos fue una de las insignias del país que deseaba tanta gente tras el franquismo, parte de nuestro orgullo colectivo. El museo Carlos Maside, el Laboratorio de Formas, la imprescindible Ediciós do Castro para nuestra memoria colectiva o proyectos como el frustrado diario Galicia eran piezas para una sociedad que Díaz Pardo sí pudo escoger construir. Dice Robert Frost en su poema El camino no elegido: «Dos caminos se bifurcan en un bosque amarillo/Y apenado por no poder tomar los dos/Siendo un viajero solo, largo tiempo estuve de pie/Mirando uno de ellos tan lejos como pude». Isaac Díaz Pardo no solo siguió mirando el camino no tomado (el camino que no pudo tomar), sino que volvió a él. Con su talento y sus conocimientos, con su buen hacer y su empeño, de alguna forma consiguió que todas esas piedras que una vez quedaron mudas, volvieran a gritar.