La designación de Salvador Illa como candidato a la presidencia de la Generalitat de Cataluña quizá sea un acierto de partido: se trata de un hombre muy conocido tras su presencia mediática durante la pandemia y es un político que se distingue por su moderación en una sociedad que está sufriendo dosis de confrontación difícilmente soportables. Si Illa conecta con esa parte de la sociedad que busca un descenso del grado de tensión alcanzada y que tanta ruina económica y social está provocando, será un buen candidato. Personalmente lo deseo, porque en Cataluña sigue estando en juego la unidad nacional.
Anotado eso, la designación de Illa merece alguna seria reflexión. En primer lugar, sobre la forma. Esta ha sido una decisión adoptada estrictamente entre cuatro personas: él mismo, el candidato caído señor Iceta, el presidente Sánchez y quizá se contó con el criterio, incluso la paternidad, de Iván Redondo. No se hicieron elecciones primarias. No hubo ningún tipo de consulta a las bases o al núcleo duro del PSC. Esto recuerda el pacto de coalición entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias: tampoco se consultó a nadie de sus dos partidos y eso hizo que se escribiera que había más democracia interna en los partidos clandestinos del franquismo que en las fuerzas políticas de la democracia. Hoy se puede decir algo similar.
Después está el momento. El señor Sánchez lanzó con gran aparato propagandístico su «Plan Nacional de Vacunación». Si era, como se dijo, un Plan Nacional, debería tener una dirección nacional, que no podía ser otra que la del ministro de Sanidad. Y a ese director nacional se le envía a Cataluña justo cuando el plan se está poniendo en marcha. Continuará de ministro hasta el comienzo de la campaña electoral, lo cual ya es un abuso, porque se beneficia de su presencia mediática, pero no es difícil imaginar que su prioridad ya no es la pandemia, sino ganar en Cataluña. Cataluña es ya su futuro y su proyecto vital. La pandemia solo ha sido una catapulta. El tiempo dirá si el fiasco de los primeros días de vacunación, de los que no tenemos siquiera datos de ámbito estatal, es una consecuencia de la orfandad en que han quedado los encargados y encargadas de vacunar. Y por último, la aplicación de la lógica: si Salvador Illa ha sido tan eficaz contra la pandemia como dice la versión oficial, debería seguir en el ministerio. Sería lo que corresponde a la mayor urgencia que tiene este país, que es combatir el avance del virus, porque ya se habla de una tercera ola y todas las esperanzas están puestas en el éxito de la vacunación. A ningún presidente de club de fútbol se le ocurre cambiar el entrenador en pleno partido de una final de Liga. Pero claro: aquí tropiezan, como tantas veces, el interés nacional y el interés de partido y la experiencia demuestra quién gana cuando se produce esa confrontación.