Si hablamos con propiedad, el apodo Frankenstein no es adecuado para el actual Gobierno, sino para la mayoría parlamentaria que -compuesta de piezas, materiales y orientaciones diversas e intrínsecamente incompatibles- asegura el poder de Sánchez contra viento y marea, y contra razón y promesas. Por eso propongo que dejemos la calificación Frankenstein para lo que Rubalcaba la aplicó, y pasemos a motejar al Gabinete de Sánchez como Gobierno Pimpinela, con una lógica y evidencia tan grandes que oscurecen, incluso, al famoso Pedro Hispano. Veamos por qué.
Debe quedar claro que mi propuesta de apodar como Pimpinela al Gobierno no tiene nada que ver con la «planta de tallos rojizos, esquinados y ramosos, hojas compuestas de hojuelas elípticas, muy lisas y de borde dentado, flores terminales, agrupadas en espigas apretadas, sin corola y con el cáliz rojo y fruto elipsoidal con cuatro aristas que encierra dos o tres semillas alargadas», que registra la RAE. Ya que todo apunta a aquel famoso dúo formado por Lucía y Joaquín Galán, hermanos de sangre que, llevándose de maravilla, y compartiendo su extraordinaria fama y su fabulosa cuenta corriente, entretuvieron al respetable con la engañosa escenificación de una pareja, otrora enamorada, que, viviendo entre choques y desencuentros, se turna con ritmo y cadencia perfectos para hacerse sus reproches, vender millones de discos y llenar hasta la bandera teatros y salas de conciertos. Si tomamos como referencia los títulos más vendidos del Dúo Pimpinela -Tú me prometiste volver, Olvídame y pega la vuelta, Vivir sin ti no puedo, Igual que perros y gatos, En lo bueno y en lo malo, La histérica y Dímelo delante de ella; y si a esos títulos añadimos el de su álbum Convivencia, que incluye las canciones Ahora decide y Cómo le digo, ya sabemos de qué estamos hablando, y no es necesario que venga un viejo politólogo a explicarlo.
Lo único que tiene que hacer el politólogo es recordar que los protagonistas del Gobierno Pimpinela son hermanos de sangre -cuspidiños, añado yo-, que fingen genialmente sus regueifas, pero hacen juntos la Navidad, los fans y la cuenta corriente. Y que, lejos de estar al borde de la ruptura, como le sucedió a Mecano o La Oreja de Van Gogh, o como acaba de decir el cantautor Aitor Esteban en la décima reedición de su disco Yo no fui, ni hice nada, ni estaba allí, están consolidando un dúo indestructible y rentable, cuyo éxito se basa, precisamente, en que todo el mundo sabe -menos los comentaristas y los expertos- que son hermanos, se enfadan de mentira y se turnan en sus reproches con ritmo subyugante y cadencia embaucadora.
Por eso este Gobierno me hace recordar, con placer, a Lady Windermere, que, en palabras de Oscar Wilde, figuraba en la Guía Nobiliaria inglesa con «tres matrimonios a su crédito, pero, como no cambió nunca de amante, el mundo había dejado de chismear sobre ella desde hacía mucho tiempo». Se ve que el descaro siempre fue más tolerable que la virtud.