He releído estos días A ciegas, de Claudio Magris. Un autor imprescindible, ahora que lo imprescindible ya solo es vivir, o sea, que las vacunas vengan a calmar esta peste. Las vacunas, como si fueran lenguas de fuego que todo lo purifican, debieran ser lo fundamental de las gobernanzas. Sin embargo, desde que tenemos un ministro de Sanidad interino, candidato en Cataluña, ya no se sabe ni qué es esencial y qué anecdótico, quizá por eso hay treinta mil fallecidos de diferencia entre lo que dicen las notas del Gobierno de coalición y lo que dice el INE: una vergüenza, y más para aquellos que prometieron transparencia. Vagamos a ciegas, como la novela de Magris que he releído estas noches. Es un texto monologado que se centra en las andanzas de Salvatore Cippico, nacido en la primera década del siglo pasado y que ha sido víctima de las ideologías totalitarias: del nacionalcatolicismo hitleriano y del comunismo en sus múltiples versiones. Militante comunista que no quiere saber el porqué de su lucha. Contempla su interior y todo lo que lo rodea, pero no ve: camina «a ciegas», dándole título a esta pequeña obra maestra que se me hace presente en medio de la actualidad política. Todo a ciegas. España de charanga y pandereta. Gobierno y oposición a la deriva. Yo prefiero distanciarme. Me voy con Magris.
A ciegas es novela de alta escuela estética. Influida, sin duda, por los maestros centroeuropeos que han tenido en el vaivén de las ideologías su fuerza motriz: desde Günter Grass a Handke, Robert Walser, Zweig, Broch. Percibo la presencia de Musil en la configuración del personaje central de la novela: un perdedor que ha perdido todo, incluso la esperanza. Nosotros, a la esperanza la buscamos desesperadamente. Deberían leer A ciegas los políticos de la actualidad, tan medianeros en su conjunto. Quizá de este modo la transparencia sería cierta y no un sofisma; quizá aparecerían los fallecidos que faltan; quizá, en lugar de andar la coalición gubernamental como el perro y el gato, se dedicaría a resolver los problemas de la gente. Nos gobiernan altos jerarcas que vuelven la vista atrás a menudo, pero no la vuelven hacia adelante: el futuro es un arcano instalado entre los lentes de su egolatría (sus egolatrías). Si yo fuera presidente no sería presidente. Pero si lo fuese, créanme, solo tendría una prioridad: las vacunas. Veinticuatro horas al día los siete días de la semana. Algunos gobernantes lo dicen y lo hacen. En Galicia tenemos la obligación de imitar esa conducta. Nada es más importante ahora mismo que vacunar y vacunar y vacunar. El resto: vacilaciones e invidencia («Hemos derrotado al virus», dijo Sánchez en verano). Es lo que hacemos desde hace varios años. España camina a ciegas.