En una «encrucijada de país» -expresión progresista donde las haya- como la que estamos viviendo, cuando estamos a la cabeza de Europa en porcentaje de contagios y muertos, y a la cola en todos los indicadores económicos, Pedro Sánchez, que las ve venir como nadie, apostó sin dudarlo para combatir la pandemia por poner a un licenciado en Filosofía -Darias lo es en Derecho- al frente de la Sanidad, y por una licenciada en Medicina para gestionar la Hacienda del Estado. Por eso los españoles hacemos la crítica del Gobierno «entre la espada y la pared». Porque tenemos que reconocer que Illa, para ser un filósofo sin estrenar, no lo hizo tan mal, y que María Jesús Montero, para ser licenciada en Medicina, tampoco hizo siniestro total. Y así, «mentres o pau vai e ven», mantenemos el tipo en las encuestas.
En España hay miles de profesores y expertos -porque el experto sustantivado es la especie que mejor se reproduce en las crisis- que siguen afirmando que una ilimitada capacidad organizativa -es decir, inventar o cerrar ministerios para pagar las coaliciones y las necesidades del partido, y poner al frente de ellos a los comodines consagrados- es la competencia esencial y definitoria de la presidencia del Gobierno. Y fue Sánchez -experto en gobernar con mayorías atrabiliarias y a ritmo de cumbia- quien elevó al paroxismo esta estúpida forma de entender la discrecionalidad que nuestras leyes legitiman sin ninguna cortapisa ni matiz orientativo. Las encuestas dicen, además, que hay entre un 35 y un 40 % de ciudadanos que están encantados con la fórmula, ya que, si sustituimos la capacitación por el salero y la simpatía, y damos por sentado que el destino del país está predeterminado y no hay dios que lo cambie, es posible aceptar que tanto Illa como Montero tienen pegada en las ruedas de prensa, y que, a la hora de cuadrar los presupuestos o resolver catástrofes encadenadas, es mejor rezar -¡en privado!, porque somos un Estado laico- que aguantar a sabios aburridos como Calviño o Escrivá.
Por eso Sánchez se lució batiendo el récord de ministerios (22), de vicepresidencias (4), de ministros desaparecidos (4: Universidades, Cultura y Deportes, Ciencia e Innovación y Consumo), de chiringuitos (2: Igualdad, y Derechos Sociales y Agenda 2030) y de ministerios más o menos aceptables (14), que están muy mermados por una chapucera y entorpecedora distribución de competencias. Ejemplo de coherencia pura solo es el Ministerio de Ciencia e Innovación, cuyo ministro, de profesión astronauta, lleva un año en las nubes.
La pregunta es esta: ¿existirá alguna relación de causalidad entre esta forma de gobernar y la situación que atravesamos? La tentación es decir que sí, que son hechos intrínsecamente relacionados. Pero me voy a contener. Porque, consciente de que este momento exige hablar, pactar, dialogar, empatizar, acordar, coaligarse, incluir, cohabitar y rebajar tensiones, no parece de recibo que un politólogo apueste por el dogma y no por bailar la cumbia.