Los Comunes, como las Mareas, camino de la irrelevancia

Tomás García Morán
tomás garcía morán EL LABERINTO CATALÁN

OPINIÓN

Kike Rincón

31 ene 2021 . Actualizado a las 14:05 h.

La coalición del casoplón (Galapagar, Waterloo) no se inició el día en que Pablo Iglesias empezó a llamar exiliado a Puigdemont. El líder de Podemos continúa impertérrito en su misión de consolidar el bipartidismo para el resto de los siglos y destruir lo que construyó hace seis años. En su impagable labor de agente comercial de los nacionalismos periféricos, el batacazo que se puede llevar con su franquicia catalana puede recordar al que se llevó hace menos de un año con las Mareas gallegas. 

Su candidata para estas elecciones es Jéssica Albiach, valenciana de 41 años, experiodista bregada en la delgada línea que separa la crónica política y el gabinete de prensa. En el 2011 aterrizó en Cataluña y un año después ya era diputada. Como decía ayer Xavier Sardá en El Periódico, en el debate del viernes en La Vanguardia estuvo «sin puntería. Empeñada en escandalizarse con las declaraciones excluyentes de Canadell (desconocido más allá de TV3), cuando Junqueras, Borràs y Torra tienen en sus hojas de servicios declaraciones tanto o más intensas. Sus votantes potenciales están más en ERC y la CUP que en la Cámara de Comercio». El tal Canadell, trumpista en la lista de Puigdemont, merece una columna.

Sardá acierta al poner el acento en la idea de que Cataluña no tiene una izquierda abiertamente no xenófoba, y por eso a Illa le están poniendo la presidencia a punto de caramelo. El mundo Podemos reproduce el modelo del PSC con sus peores vicios: todos sus dirigentes son casi indepes, mientras que la mayoría de los simpatizantes son charnegos. El 21 de diciembre del 2014, en plena eclosión de Podemos, Pablo Iglesias dio su primer mitin en Cataluña, en concreto, en un polideportivo del Valle de Hebrón abarrotado hasta el Parrote. Si hubiera sido en el Nou Camp, también habría llenado. Aquella jornada histórica, por iniciática, el profesor Iglesias reivindicó la matraca del derecho a decidir y pidió a los catalanes que acudieran a la manifestación que iba a celebrar la semana siguiente en Madrid. Precisamente ese ombliguismo madrileño y su cámara de corte le impidieron ver que la gran mayoría de los asistentes eran jóvenes con apellidos españoles, castellanohablantes a los que Canadell y Borrás llaman colonos lingüísticos, aunque vivan en Hospitalet o en Nou Barris.

Las contradicciones de los Comunes en Cataluña, por su insolvencia, exasperan a los históricos de la izquierda catalana. La franquicia del laboratorio de Podemos en Cataluña, liderada por Colau, ha cometido dos errores de bulto. En primer lugar, tenemos su intermitente propuesta de que España sea un estado confederal y, simultáneamente, que Madrid no puede ejercer «dumping fiscal». Cuando la esencia del estado confederal es precisamente que cada uno pueda hacer lo que le apetezca y por eso ya no queda ninguno en Europa, salvo Suiza, que simplemente mantiene confederación en su nombre, pero se transformó en un estado federal en 1848. Desde entonces nadie ha pensado que sea buena idea. Y, en segundo lugar, legitimaron con su presencia el 1 de octubre y luego criticaron la unilateralidad. Todo ello fue demasiado para los líderes históricos, que abandonaron el proyecto, cediendo el paso a la desconocida Albiach. La ausencia de ese debate ideológico, ese tapar los ojos delante de la xenofobia de Junqueras, Borrás, Canadell y compañía, es lo que llevará a los comunes al mismo camino por el que fueron las Mareas el año pasado. Es decir, a la irrelevancia.