
La fatiga pandémica es un estado de agotamiento psicológico provocado por el cambio de vida al que nos ha obligado el bicho; a las restricciones de libertad, a la distancia interpersonal y a la angustiosa nostalgia de antiguas rutinas.
Conversaba sobre esto con un paciente cuando interrumpió la perorata informativa y me espetó: «La fatiga pandémica es estar hasta los cojones de no ver el final de esta historia ni nadie que sea capaz de acabar con ella» (definición exacta, aunque que no adecuada en los informes de la OMS).
¿Es que la ciencia no es capaz de acabar con esto? Claro que es capaz, hay talentos multidisciplinares extraordinarios que plantean ideas audaces, medidas y presupuestos capaces de aniquilar a cualquier enemigo -excepto a nosotros mismos, claro está-.
Son los políticos quienes dan prioridad a otras cosas antes que el I+D+I, dando todo el crédito a sabios sanitarios y epidemiólogos. Los epidemiólogos -gente muy estudiosa y preparada- solo sirven para explicar lo que está pasando, pero no dan ninguna solución. Hay matemáticos, ingenieros, químicos, filósofos, antropólogos y un sinfín de ólogos más que tienen mucho que enseñar a la medicina. Dicen cosas y presentan proyectos, pero pocos apuestan por sus ideas.
Así me lo razonaba por vino-llamada un acreditado internista ourensano que me regala su amistad desde hace décadas.
La verdad es que quizás no será la ciencia la que nos salve del virus, pero seguro que será el virus quien salve a la ciencia, haciéndola una prioridad para nuestra subsistencia. Fin de la vino-llamada.
Claro que estamos fatigados, los procesos de cambio estructural en un sistema consumen mucha energía, adaptarse a una crisis así y crear un mundo nuevo lleva tiempo y es agotador.
La mejor estrategia en estas situaciones es recurrir a la táctica del judo: «Si te empujan, estira, y si te estiran, empuja». A esto la cibernética lo llama morfopoyesis, es decir, no agotarse intentando mantener el equilibrio anterior a la crisis y apresurarse a cambiar de estructura para adaptarse. Dejar de pensar en cómo mantener el pasado y empezar a cavilar sobre cómo adaptarnos mejor al futuro entorno.
La fatiga se llevaría mejor si alguien dijera la verdad: «Vamos perdiendo, la cosa no va de metas volantes (a ver si en Navidad, a ver Semana Santa, a ver si en la Patrona...), esto es una maratón y no hay puestos de avituallamiento; hay que mentalizarse de que la batalla será larga para no agotarse en las primeras escaramuzas, recoger y ayudar a la soldadesca herida, y, si el enemigo no deja de empujar, dejar de resistirse y no demorarnos en construir un nuevo mundo con él pero a salvo de él.
¡Suerte del vino!