Sabemos que, en las campañas electorales, se calientan las bocas. El PSOE y Podemos, coalición de gobierno en Madrid, están peleando puerta a puerta por los mismos votos en Cataluña. Sabemos que todo es posible cuando el político está con la caña en la orilla a ver si alguien pica. Sabemos que el 15F, un día después, solo importarán las calculadoras para los posibles pactos. Sabemos que quien no podía dormir terminará abrazándose de nuevo con su rival si los extraños números que se esperan en Cataluña les salen por incomparecencia de la Moreneta.
Pero, aun dispuestos a aguantar de todo hasta la náusea, nos vemos obligados a alucinar con que el vicepresidente segundo del Gobierno de España haya puesto en duda la normalidad democrática de un país del que él forma parte del Ejecutivo. Lean: «No hay una situación de plena normalidad política y democrática en España cuando los líderes de los dos partidos que gobiernan Catalunya, uno está en prisión (Junqueras) y otro (Puigdemont) en Bruselas». Sin pestañear. No es que se le haya escapado sin querer una fantasía personal. Es pura estrategia para captar papeletas entre la izquierda cabreada. Es pegamento para radicales. No es otra peculiar conexión de su neurona. Como cuando dijo, también a propósito, que Puigdemont era como los exiliados de la República española. Taconeo sobre la dignidad.
Las palabras de Pablo Iglesias fueron como una ráfaga de balas trazadoras, buscaban azotar hasta sangrar. Tuvo que salir a desmentir al vicepresidente segundo la vicepresidenta primera del mismo Gobierno. No es broma. Carmen Calvo dijo en seguida que discrepaba «absolutamente» de su compañero de gabinete y rival en las urnas. A Calvo le sobró lo que añadió para darse la razón a sí misma. Le sobró, porque una democracia que funciona a pleno pulmón como la española no necesita que le hagan el boca a boca y que una vicepresidenta diga que España «es una democracia seria». Solo al pronunciarlo ya le estás dando algo de credibilidad a quien la atacó.
A Iglesias le gustan los charcos. Sabe que necesita la tinta de los titulares para que los Comunes no sean los restos de un polo de limón cuando ya solo te queda mancharte o chupar el palo. Él prefiere mancharse a que, después de contar los votos en Cataluña, se le quede cara de El Fary por chupar el palo en vez de sumar diputados para cazar alguna probabilidad de mayoría. Provoca para avanzar. Iglesias sabe que estamos en un país maduro, quizá demasiado maduro. Tan maduro que tiene a un vicepresidente como él.