Vamos a hacer honor al tópico: al despertar de las elecciones catalanas, el dinosaurio seguía allí. El dinosaurio independentista, quiero decir. Y daba señales de fortaleza. Así, de entrada, conseguía aumentar su mayoría absoluta en el Parlament. Y se veía con legitimidad para volver a exigir amnistía de los presos y autodeterminación. Y sus grandes líderes hablaron de república catalana en los discursos de la noche triunfal. Y el vencedor en votos, don Salvador Illa, había salvado su imagen, pero creo que exageró su victoria al decir que quiere pasar página. Y este cronista vuelve a ver la situación con algo más de calma porque Aragonés no es Puigdemont, aunque la hoja de ruta separatista conduce a donde condujo siempre: a la soberanía nacional de Cataluña.
Quiero decir con este exordio que lo sustancial de las elecciones catalanas no está en quién quedó de primero o de segundo, ni en cómo quedan los Comunes o cuánto sufren Inés Arrimadas y Pablo Casado por la pasada de Vox, ni en otros menudeos de política ocasional. Lo sustancial es lo de siempre, lo que siempre se juega en unas elecciones en Cataluña: cómo queda la salud de la unidad nacional. Y queda en una situación provisional incierta. Depende, en primer lugar, de la formación de Gobierno, que en estos momentos está pendiente de complejas negociaciones. Si los separatistas llegan a un acuerdo consigo mismos, la intención será clara: lograr la independencia. No han engañado ni están engañando a nadie. Y si el desenlace fuese un tripartito de Esquerra, PSC y los Comunes, dominaría la tesis de un programa de ideología de izquierda, pero con referencias al referendo de autodeterminación.
Solo han mejorado los términos de la conversación: ya nadie habla de declaración unilateral, porque se sabe que a ese desafío se le aplica el 155, se juzga a los responsables y no pasa nada. Y debo añadir que las pulsiones que me llegan del palacio de la Moncloa reflejan un ambiente de optimismo con mensajes que aseguran misteriosamente que «ya hemos dado el primer paso». Ignoro cuál será el siguiente, pero no descarto que por primera vez haya un plan del poder central que quizá se materialice en la mesa de diálogo, cuya continuidad y convocatoria no se acordó en Cataluña, sino en el Congreso de los Diputados. Si existe ese plan, es materia reservada y solo me atrevo a suponer que ha salido de la factoría de Iván Redondo, a quien Salvador Illa agradeció su ayuda en la campaña y creo que en la idea de hacerlo candidato.
Deseo ardientemente que exista ese plan. Lo imperdonable es que desde los sucesos del 2017 la estrategia del Estado parece haberse reducido al discurso del rey y a partir de ahí esperar que el tiempo enfríe las pasiones. Y, como se ve, el tiempo, si no se hace nada, juega a favor del independentismo. Ya lo sabíamos y se ha vuelto a confirmar.