La tarjeta de visita de la muerte es extraña. Nunca avisa del momento exacto. Pero el dolor que causa es un terremoto devastador cuando se presenta por sorpresa. De golpe. A una edad como la de Alex Casademunt, el chico todo sonrisa y ojos claros de OT, que se fue a los 39 años por un accidente. Decía Albert Camus cuando se enteró de que supuestamente el ciclista Coppi había fallecido atropellado que no hay muerte más idiota que un accidente. Un día después el Nobel perdía la vida yendo de copiloto cuando el coche en el que viajaba se estampó contra un árbol. Es entonces cuando vivimos esa extrañeza que nos arranca el corazón y que, por puro azar, nos lo tira al suelo y lo pisotea. ¿Por qué Álex, el chico de OT, no iba en moto como tantas veces? ¿Tal vez en moto hubiese evitado con un giro la colisión con el autobús? Es por ese absurdo del azar que salió la cruz por la que sangra su dolor el hermano de Álex que le escribió una preciosa carta de despedida. La muerte nunca se explica pero hay algunas que parecen tan absurdas que nos cortan como una motosierra imposible de controlar.
Así lloró esa familia de los primeros muchachos de OT (pasaron ya veinte años), los Bisbal, Bustamante y Chenoa, en la despedida de Álex. Se digiere peor lo que no se comprende. Lo que te destroza por la espalda. ¿Por qué no arrancó media hora después o antes y entonces no se hubiese cruzado con el bus 5 de la línea Mataró? Álex era famoso, como otros artistas que encontraron la muerte de forma brusca. Pero pasa muchas veces. Demasiadas. La muerte en el asfalto o viajando.
Otro músico famoso que falleció mucho más joven fue Richie Valens. Sí, ese genio que creó una canción que nos ha hecho tan felices a todos que únicamente por eso se merecía una resurrección. No, a los tres días. A los tres minutos. Pero no la tuvo. Richie Valens tenía 17 años cuando su avión se estrelló. Tampoco su familia ni amigos tuvieron fácil digerirlo. Para nada.
Richie Valens odiaba volar. Y el vuelo se decidió en el penúltimo momento. Pero todavía hubo otro último momento en el que solo cabía un músico más en la avioneta y Richie Valens se jugó la plaza y la vida con un compañero con una moneda al aire. Le tocó a él subir y morir.
La Parca está llena de visitas raras. Tendemos a olvidar que se pierde la vida mucho en accidentes domésticos. El escritor Sherwood Anderson falleció mientras se tomaba unos martinis y se tragó sin querer la aceituna con el palillo. Se atragantó con el palillo entero y adiós.
Otro escritor Tennessee Williams superó dos crisis cirróticas y dos ataques al corazón para luego despedirse del mundo por tragarse la tapa que intentó abrir con la boca de unas gotas para los ojos. Alucinante. Otro atragantamiento fatal.
Nunca se sabe cuándo llega el momento del hachazo. Muy conocido es cómo la artista Isadora Duncan falleció porque el fular largo con el que adornaba su cuello se enganchó con la rueda del coche en el descapotable que iba, fatalidad que la ahorcó al instante. La mordaz Gertrude Stein comentó: «La afectación puede ser peligrosa». La muerte nunca avisa. Así es que no debemos estragar un segundo. Por eso es que presente en el diccionario es sinónimo de regalo.