Me cuesta ver a Pablo Iglesias como discípulo de Heráclito a la paciente espera de lo inesperado, y, aunque algunos aspectos de su melancólica personalidad evoquen a la que algunos refieren del «filósofo llorón», lo cierto es que mi interpretación de lo sucedido ayer se lee mejor a la luz de Juego de Tronos que a la de la filosofía presocrática.
No hay ninguna lectura táctica ni estratégica que sirva para explicar la decisión de Iglesias, tan solo el gusto por provocar la intriga y buscar el protagonismo en un tiempo que parecía creado para el surgimiento de nuevos liderazgos en la izquierda de Madrid.
Iglesias se baja de un Ejecutivo donde su búsqueda de protagonismo estaba creando problemas no solo al Gobierno sino también a la propia formación de Podemos, en la que algunos votantes empezaban a no comprender el riesgo de gobernabilidad al que sometía a la coalición. Pero se embarca en una aventura que puede marcar el final de su carrera política con la única confianza de que los electores de centro abandonarán al PSOE y reforzarán a Ayuso, reduciendo las distancias entre las izquierdas madrileñas.
Se va a Madrid a recuperar el equilibrio de las izquierdas, aunque solo sea en la capital y mediante un solo golpe de efecto. El problema es que, para que esto suceda, Iglesias lo fía todo a la victoria de Ayuso, a que el electorado de centro castigue a un PSOE poco activo en Madrid y con un liderazgo no resuelto, y a que el electorado de izquierda se deje seducir por este golpe de efecto polarizador que trata de centrar el foco en su persona y alejarlo del centro político. Y de este modo, como en Juego de Tronos, la intriga es la propia estrategia.
En este afán de recuperar la polarización de la izquierda, su abrazo a Errejón no es más que otro desafío a quien cree huérfano sin la compañía de Carmena, una opa hostil que intenta deslegitimar las híbridas posiciones de Más Madrid. Porque Iglesias sabe que su presencia lastra las posiciones centrípetas del PSOE, que el voto que ceda Ciudadanos en la capital tendrá ahora una tendencia más diáfana a orientarse al PP, ante la oscura expectativa de sostener un gobierno de coalición que lo tenga a él como protagonista. Y porque si alguna reputación se ha ganado Iglesias en este tiempo es que es un mal compañero de coalición, salvo para los suyos.
Por eso, todo depende ahora del PSOE, que tiene que estar a la altura de un juego que solo se comprende si eres capaz de esperar lo totalmente inesperado, la convocatoria de Ayuso, la apuesta de Iglesias, y ahora queda que el movimiento del PSOE esté a la altura de esta saga, donde los protagonistas mueren y emergen con el único afán de dar ritmo a la serie, aunque quizás fue el propio PSOE el que inició este juego con Illa en Cataluña.
Y aunque a veces, lo más inesperado es lo absolutamente esperable…