
Unidas Podemos parecía no tener arte ni parte en la fiesta -más certeramente, entroido o escandaloso botellón- organizada en tierras murcianas y madrileñas. Pablo Iglesias era el personaje que, desde Tirso de Molina hasta nuestros días, entendemos como un convidado de piedra. Alguien fuera de lugar que, en medio del tumulto, pasa desapercibido e ignorado por los anfitriones, a quien nadie le da vela en la procesión de Díaz Ayuso o el entierro de Ciudadanos. Y hete aquí que, de súpeto, cuando la verbena parecía más animada, Iglesias se rebela. Rompe el papel asignado, tan poco acorde con su ego y locuacidad, se sube a la tarima y suelta la bomba como hacían los anarquistas de antaño al paso de la carroza real: deja el Gobierno, promociona a la gallega Yolanda Díaz y se postula como candidato en las elecciones madrileñas.
Reconozcamos que la decisión revela valentía, aunque no faltarán quienes la consideren temeraria. Iglesias irrumpe en la partida con una jugada de máximo riesgo. Apuesta al todo o nada: o presidente de la comunidad o líder definitivamente amortizado. Sin medias tintas. No arroja la bomba para que Podemos mantenga el tipo, ni para convertirse en jefe de la oposición a Ayuso, ni para cambiar una vicepresidencia a las órdenes de Sánchez por otra menor a las órdenes de Gabilondo. Sabe que su triunfo requiere dos condiciones: que la izquierda sume y que Podemos supere al PSOE. Si una de las dos falla, saldrá trasquilado. Quizá entonces haya que oficiar dos funerales simultáneos: por el alma de Arrimadas y por la de Pablo Iglesias.
Iglesias dispone de buenas cartas en esta partida. Otra cosa es que sean suficientes. Posee un trío de ases y tal vez necesite un póker. Cuenta, en primer lugar, con el plus que le otorga abandonar una cómoda poltrona para irse de miliciano a la batalla de Madrid. El «efecto Iglesias», como el «efecto Illa» en Cataluña, existirá en mayor o menor grado. No lo duden. Si además consigue atraerse a Íñigo Errejón, y reunificar las tribus de la izquierda, Podemos multiplicará sus réditos electorales.
La previsible polarización de la campaña madrileña potencia también sus posibilidades. La política de Madrid estaba menos polarizada que en el resto de España, porque solo existía un polo: una presidenta atrincherada con la ultraderecha que, a falta de oposición radical, confrontaba con el Gobierno. Iglesias viene a suplir esa carencia. Y la propia Díaz Ayuso lo acaba de ungir como única alternativa, al sustituir el lema de «socialismo o libertad» por el de «comunismo o libertad».
Tercer as: la debilidad del candidato socialista, Ángel Gabilondo, hombre templado y preparado para tiempos de sosiego, pero mal pertrechado para afrontar una noche de cuchillos largos. Las elecciones han pillado a los socialistas con el pie cambiado, y por ahí, entre sus piernas, tiene Iglesias una oportunidad.
Tal vez son figuraciones mías, ¿pero acaso no detecta el lector un cierto tic nervioso que desde ayer recorre la médula de populares y socialistas?