En 1977, Schwartzenberg apuntó la transformación que la mediatización estaba provocando en la política, sustituyendo el debate de las ideas y de los programas por la «política postiza» en la que cada político tiene un papel, como en un espectáculo.
Los últimos días de la política española, quizás los últimos años, han dejado más muestras de espectáculo que de política, donde los estilos de cada uno de los actores son tan previsibles que hasta la mayor imprevisibilidad se vuelve monotonía. La competición política se ha hecho a la vez trepidante y monótona, porque se ha reducido a la fría marketización de la forma, la mayor parte de las veces vacía de contenido.
Las frases prefabricadas, la búsqueda del titular preelaborado, las evocaciones metafóricas al deporte, y tantas ocurrencias mediocres vinculadas al infoentretenimiento, se parecen más al pan congelado de gasolinera que a la hogaza de pueblo de la buena política. Y lo malo es que llevamos así tanto tiempo que el crujiente momentáneo del pan congelado nos lleva a despreciar el de horno de leña.
Durante la sesión de control al Gobierno del martes, después del mitin de Casado sobre lo acontecido en Murcia y Madrid, y del responso de Rufián sobre las eternas carencias de la democracia española, que tanto sabían a descongelado y horneado, Errejón sacó la hogaza de pueblo, como si nada pasara en Madrid, ni en Murcia, ni con Podemos ni con Ciudadanos; Errejón se puso a hablar de política (con mayúsculas), de la salud mental de los españoles y de las españolas, y de la necesidad de una norma que ataque el fondo de este problema.
No respondió a la oferta de Iglesias, eso ya lo había hecho Mónica García donde correspondía, y tampoco aprovechó el directo de TVE para criticar ni justificar nada; pero ver a un parlamentario hacer su trabajo ante todo el país era en sí misma una lección que nos reconcilia a todos con la política, la que habla de los ciudadanos.
Desgraciadamente, un diputado del PP, que, en su favor, ha tenido la decencia de reconocer el error, realizó un comentario que ha desplazado el foco mediático, centrándose más en dicho error que en la lección que estaba dando Errejón a la Cámara.
Nunca he votado a Errejón, y difícilmente lo haré, pero resulta gratificante que alguien, de vez en cuando, devuelva la política (con mayúsculas, de nuevo) al centro del Parlamento. Porque la desafección y la monotonía política se nutren, en gran medida, del sometimiento de los políticos al tacticismo que impone la agenda mediática.
Parece que ahora no se puede sobrevivir en política al margen de la agenda, pero antes de que la inmediatez de la mediatización extrema nos hiciera a todos caminar por el mismo lado del camino, la política tenía recursos estratégicos para marcar la agenda y para hacer de las necesidades y demandas de los ciudadanos el foco de la misma, porque también esto es estrategia, de la buena, de la que sabe a pan de pueblo.