El diario El Español publicó una foto de Fran Herviás, el gran fugado de Ciudadanos al Partido Popular, en un restaurante con dos senadores y una diputada que después, ayer mismo, renunció a su acta. Es una imagen indecente. El señor Herviás se ha convertido en traficante de carne fresca. Conoce lo que hay en el mercado del partido que le dio de comer durante años y trata de comprarlo. No creo que sea con dinero, pero sí con promesas del paraíso que les espera en el buque insignia de la derecha. Es el conseguidor de voluntades cuya misión es tan innoble como tratar de destruir al que fue su partido desde el conocimiento que tiene de sus cargos. García Egea había anunciado un futuro respetable: unir por la base al centro-derecha. Lo que está haciendo su conseguidor es servirle cabezas que están en las instituciones para tener una entrada a lo grande en el Partido Popular.
¡Dios, cómo repudio ese trabajo! En él se dan cita todas las perversiones de la política, empezando por la más grave, que es la traición a quien se ha servido. Fran Herviás parece que se marchó de Ciudadanos armado con el puñal de los traidores para asesinar por la espalda a Inés Arrimadas, poner su cadáver político en la mesa de Génova 13 y cobrar la recompensa.
La política del rencor y la revancha; una voluntad de alterar la voluntad de los electores que, de seguir con estas prácticas, dejarán de votar porque no saben a qué partido votan. Igual que es delito la manipulación de los mercados para la obtención ilícita de beneficios, habría que crear el delito de alterar la representación que da el contribuyente.
Además, no está demostrado que esa forma de robar cargos electos sea rentable para el ladrón. En Cataluña, el Partido Popular ya le robó a Ciudadanos su candidata a presidenta de la Generalitat. Parecía que con ese fichaje el partido del señor Casado pegaría una subida espectacular y ha sucedido exactamente lo contrario: el equipo comprador perdió votos en las elecciones del 14 de febrero y perdió un escaño, que significa el 25 % de la representación que tenía en el Parlamento catalán.
Ahora, cuando hay periódicos que hablan de desbandada, si Ciudadanos tiene que desaparecer, que desaparezca. Este cronista será el primero en lamentarlo, porque cree que España necesita un partido así: un partido que aporta el único discurso templado en medio de toda la crispación que se crea y se recrea a diario; un partido al que poder agarrarse para no depender de fuerzas políticas radicales, excluyentes o separatistas; un partido, en fin, que represente la moderación que algunos quieren destruir porque es su única posibilidad de crecer. Si se gestiona mal o provoca desencanto en quienes confiaron en él, que desaparezca; pero que desaparezca en unas elecciones, no como consecuencia de las ambiciones y las maniobras -siempre juego sucio- de su competidor.