La «fake story» de la Comuna de París

OPINIÓN

20 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En contra del chascarrillo que le atribuye a Austria el mejor marketing político del mundo, por haber convencido a mucha gente de que Hitler era alemán y Richard Strauss austríaco, reivindico el marketing francés, que, gracias a un sutil manejo de la memoria histórica, nos hizo creer que los cambios producidos a finales del siglo XVIII, en vez de proceder de la revolución burguesa de 1789 a 1791 -que pone fin al Antiguo Régimen e instaura la división de poderes, la soberanía nacional y la igualdad de los ciudadanos, aunque es posterior a la Constitución americana-, nacieron del radicalismo y el terror que, entre la Convención de 1792, el Comité de Salud Pública de 1793, la dictadura del Terror de 1794 y el Directorio de 1796, sumieron a Francia en un caos criminal que solo terminó cuando, tras el golpe del 18 brumario de 1799, el general Bonaparte impuso su dictatorial consulado, liquidó la obra revolucionaria posterior a 1792, y arrastró a Francia a una restauración imperial y militarista -el primer totalitarismo contemporáneo, dijo Guglielmo Ferrero-, que sembró la desolación bélica en toda Europa, e intentó refundar la legitimidad política del continente sobre las monarquías vicarias encarnadas en los familiares y la camarilla del emperador. A eso le llamamos, gracias al marketing francés, «la expansión del liberalismo por la geografía europea».

Del mismo modo, las derrotas sufridas por Francia en las contiendas civiles europeas de 1870, 1914 y 1939 -la Guerra Franco-prusiana y las dos guerras mundiales-, en las que el país mostró una enorme debilidad heredada de su difícil siglo XIX, se saldaron con el relato de una nación heroica y abnegada, adalid de la paz mundial, que, sin acordarse de la capitulación de Sedán, ni de la República de Vichy, ni del sacrificado rescate militar que tuvieron que hacer las capitalistas potencias anglosajonas, mitificaron el republicanismo francés hasta límites difícilmente asumibles.

El último capítulo de este relato, hecho a la medida de la omnipresente grandeur, es el intento de convertir la Comuna de París (18-03-1871), subsiguiente a la caótica «debacle» de Sedán -Zola dixit-, en un ensayo progresista que, en vez de desarrollarse en medio de enormes masacres y destrucciones, que provocaron la violentísima reacción del Gobierno de Thiers, podría servir de benéfico ejemplo, siglo y medio después, para los movimientos regeneracionistas del populismo de hoy. Y en esas andamos, presentando tan tristes episodios como la reacción popular que aún nos puede rescatar de las contradicciones de esa economía de mercado que siempre regresa -lo dijo Mannheim- para cicatrizar las enormes heridas que sufrió Occidente a manos de los experimentos revolucionarios, y de los extremismos hitlerianos y estalinistas que nos quisieron llevar, por la fuerza, a sus paraísos terrenales. Porque la memoria histórica sirve para eso: para sustituir hechos terribles por relatos idílicos, que, a base de ocultar la historia, nos llevan a repetirla.