El anarquista francés Charles Malato, de origen italiano, participó en un atentado contra Alfonso XIII en tiempos en que estas magnas fechorías -con propósito regicida- estaban bastante de moda. De este Malato era la afirmación de que «la ignorancia de las masas es la principal fuerza de los gobernantes». Y con esta tesis concluyente justificaba sus ardores justicieros, es decir, su anarquismo belicoso, de propósito letal y regicida.
¿Son las nuestras de ahora unas masas ignorantes que se están convirtiendo en la principal fuerza de nuestros gobernantes? Quiero creer que no, pero el panorama, en estos momentos, no alimenta seguridades ni convicciones muy firmes. Por el contrario, crecen las incertidumbres y se nublan los horizontes. Lo cual nos lleva a una desconfianza generalizada y poco estimulante. Porque la impresión predominante es la de que cada uno va a lo suyo, con un descaro desvergonzado y sin ningún asomo de grandeza en busca de una negociación de los acuerdos más convenientes.
El político y escritor irlandés Edmund Burke aseguraba que «para que triunfe el mal solo es necesario que los buenos no hagan nada». Y entre nosotros me temo que todos pretenden hacer lo que sea a su favor, pero no nos aclaran qué es. Así, consienten en que el patio se embarre cada vez más, sin ningún asomo de entendimientos lúcidos y provechosos. Quizá porque lo primero que parecen buscar es el mal de sus adversarios.
El gran escritor portugués José Saramago, amigo íntimo de nuestro Gonzalo Torrente Ballester, sostenía que «los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay». Lo cual me ha llevado a observar nuestro entorno y detectar en él la presencia de muchos pesimistas con razón, acosados por falaces optimistas convencidos de que pueden cambiar el mundo a su favor. ¿Cuál es el resultado de esta pugna? De momento, la tensión social, el rudo encono y el desacuerdo pertinaz. Es decir, casi todo, menos la armonía, el respeto y la avenencia. Lo cual significa que avanzamos por sendas oscuras, sin que nuestros políticos sean capaces de entenderse. Esto nos sitúa ante un futuro peligroso.