Como no quiero hacer publicidad a quien frivoliza, engaña, se lucra y comercia con el maltrato y las denuncias falsas, no voy a hablar de esos personajes y esa cadena que están en boca de todo el mundo, ni siquiera voy a citarlos. Así que escribo sobre el Premio Pritzker de este año, concedido a los franceses Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal. Capaces de vestir una fachada con acero corrugado, como en la casa Latapie en Floirac, o en la que hicieron en Burdeos en 1999. Defensores de la remodelación antes que demoler lo existente y construir nuevos y costosos edificios -en plena cresta de la ola del efecto Guggenheim, a eso se le llama ir contra corriente-. Pragmáticos, rigurosos, «conscientes de las urgencias climáticas y ecológicas», dice el jurado.
Al ver su actuación en las viviendas sociales Grand Parc de Burdeos me viene a la cabeza la Unidad Vecinal número 3 del Barrio de las Flores, en Elviña, A Coruña. Una obra maestra del Movimiento Moderno, del gran José Antonio Corrales, que languidece desde hace décadas, mientras en la ciudad se inauguraban tranvías, obeliscos de cristal, centros de ocio y comerciales que apenas aguantaron unos pocos años abiertos. La arquitectura necesaria, abandonada en favor de los ídolos de barro.
Lacaton & Vassal estuvieron en Galicia en el 2007 para participar en los Encontros Internacionais de Arquitectura que se celebraban en Santiago cada dos años. En aquella edición acudieron al Palacio de Exposiciones y Congresos (el magnífico edificio de Noguerol y Díez) nada menos que seis Pritzker: los dos franceses, Alejandro Aravena, Shigeru Ban, Zaha Hadid y Álvaro Siza. Solo los dos últimos contaban con el medallón de bronce y los otros lo conseguirían en los años siguientes; sin duda, todo un acierto de Luciano Alfaya, director e impulsor de aquel evento, que tuve la suerte de cubrir para La Voz antes de que cambiase el hormigón por el grafeno.
Al año siguiente, la crisis económica terminó con la arquitectura espectáculo y con muchos estudios, pero la profesión se ha reinventado y la pandemia le ha dado una nueva visibilidad, sobre todo en lo que se refiere al paisaje urbano y las nuevas formas de habitar. Una arquitectura más democrática y energéticamente eficiente, más social, que no es sinónimo de pobre.