Los sucesos de Vallecas, la pasada semana, cuando al grito de «fuera fascistas de nuestro barrio» un grupo de radicales izquierdistas, jaleados entre otros por el ex vicepresidente segundo del Gobierno, atacaron con extrema violencia a los líderes de Vox, que pretendían dar un mitin, ponen de nuevo en primer plano cómo, con su manipulación, algunas palabras (fascista, de forma destacada) no solo han perdido todo significado sino que se han convertido en una forma de posverdad que permite literalmente trastocar la realidad hasta el punto de convertir, por ejemplo, a los verdugos en víctimas y al contrario.
Porque en la España de hoy la nueva verdad sobre el fascismo, aceptada incluso por el candidato Gabilondo, que acusa por igual a apedreados y a apedreadores en Vallecas de jugar al extremismo, es que quienes con pleno derecho organizan un acto electoral en un barrio de la Comunidad son los fascistas, y los antifascistas quienes se presentan allí para impedirles expresarse utilizando la violencia.
Quienes pretenden extirpar el pluralismo político, indispensable en democracia, son antifascistas y quienes lo expresan de forma pacífica, fascistas. Quienes deciden por su cuenta a palo limpio qué zonas de Madrid les pertenecen son antifascistas, y fascistas quienes pretenden hacer uso de sus derechos democráticos. Quienes patean de forma brutal a un policía que trata de garantizar las libertades son antifascistas, y fascistas los defendidos por ese policía. Quienes no tienen más medio de expresión de sus ideas que la brutal violencia callejera son antifascistas (recuerden los de Barcelona hace unas semanas), y fascistas quienes aspiran por medio de las urnas a conseguir objetivos políticos que tienen el apoyo de varios millones de españoles y, por fortuna en el caso de Vox, la oposición de un número muy superior, expresados ambos en elecciones democráticas.
Es esa una forma burda e indecente de dar liebre por gato y gato por liebre, pero no es en España original. Hace años, entre principios de los ochenta y mediados de los noventa, cuando ETA asesinaba una semana sí y otra también, cuando sus cachorros, liderados por HB, controlaban mediante la kale borroka muchos lugares del País Vasco y de Navarra, y cuando gran parte de la población de ambas comunidades vivía aterrorizada por la red de chivatos y matones vinculados a la banda criminal, también ocurría como ahora que para una buena parte de la extrema izquierda, nacionalista y no nacionalista, los agresores eran luchadores por la libertad y los perseguidos, unos auténticos fascistas.
Tan sucia patraña dominó durante años hasta que un grupo de ciudadanos, armados solo de su coraje democrático, con Fernando Savater a la cabeza, comenzaron a decir ¡en voz bien alta! que los auténticos fascistas eran quienes para acabar con la libertad y el pluralismo utilizaban la violencia. Ahora, como entonces, salvadas todas las distancias, pasa igual. Y ahora, como entonces, hay que expresarlo con la misma claridad.