¡Será la economía, idiota!

Erika Jaráiz Gulías PROFESORA DEL DEPARTAMENTO DE CIENCIA POLÍTICA Y SOCIOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE SANTIAGO DE COMPOSTELA Y MIEMBRO DEL EQUIPO DE INVESTIGACIONES POLÍTICAS.

OPINIÓN

18 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace unos años, antes de que llegara la maldita crisis, ser mileuristas era la condena a la que estaban sometidos millones de jóvenes, magníficamente preparados, pero que tenían serias dificultades para encontrar trabajos dignos con salarios adecuados a sus niveles de cualificación.

Quince años, dos crisis y una pandemia después, el mileurismo se ha convertido en la tierra prometida para muchos jóvenes que con igual o mejor cualificación que aquellos, ven limitadas sus expectativas laborales a la precariedad del mercado actual que ni siquiera contempla la migración como válvula de escape.

Son la generación condenada a vivir peor que sus padres, la generación del no-progreso, la que se encontrará con los grandes problemas del desarrollo del Estado del bienestar que no hemos sabido enfrentar sino desde lecturas simplistas del relato neoliberal que ha imperado en la globalización.

El relato, también la economía convive en el relato, un relato producido casi siempre por los mismos, que condena a la asunción y a la resignación de que estamos destinados a vivir peor, a no tener pensiones, a tener salarios bajos, a que los ricos salden sus impuestos a través de sociedades, etcétera. Como siga, van a pensar que soy una revolucionaria, y nada más lejos, pero no por eso dejo de ver las miserias del relato económico dominante; un relato que ha antepuesto la idea de mérito y competición como criterios de discriminación y jerarquización laboral, como si estas ideas fueran neutras, postergando la diferencia de lo que cada uno aporta y la colaboración como modelo de construcción sociolaboral.

Los sueldos de los jóvenes actuales son el 50 % más bajos que en la década de los 80, ha señalado el informe de Fedea y de la Fundación Iseak. Todo apunta a una oleada migratoria de nuestros jóvenes tan pronto se levanten las fronteras, y sin embargo, no parece que nadie esté apostando a grandes líneas estructurales para movilización del empleo y el emprendimiento juvenil. Es más fácil, y por eso comprensible, canalizar programas y fondos a través de los grandes sectores, como el automóvil o el turismo, que orientar fondos hacia el micro emprendimiento innovador, que ofrece menos garantías; pero ahí está realmente el futuro en el que se tienen que poner de acuerdo las administraciones.

Si el Estado del bienestar quiere defenderse de la condena neoliberal, que persigue larvadamente su destrucción, tiene que luchar creando un nuevo framing que abjure de los dogmas neoliberales: la sanidad pública no solo no es cara sino que además, es mejor; las pensiones no se van a agotar, es mentira; los jóvenes pueden tener buenos empleos en Galicia, si dedicamos recursos a crearlos; es una cuestión de elección política, de decidir en qué invertimos los recursos de este país.

Cuando se subió el salario mínimo, España iba a colapsar, y no pasó nada. Joe Biden ha desmontado de un plumazo toda la arquitectura de Trump, y está tomando decisiones a las que no se atrevieron ni Clinton ni Obama, y no pasa nada. La decisión es política, solo política; porque si la política no se impone a la economía, la economía se impondrá a la gente; y entonces sí, será la economía, idiota.