En un abril de fronteras cerradas merece la pena atender a Portugal. Por el recuerdo de 1974 y por ese nuevo tren que, en el aniversario del 25 de abril, nos acerca desde Valença a Lisboa.
Un año después de los claveles, primavera de 1975, llegué al mar de Terranova. En aquel barco, el Ribadeo, atendidos por chilenos huidos del golpe de 1973, se comía todos los domingos empanada de bonito y lacón con grelos, una tradición en aquella flota Pescanova. La niebla en los Grandes Bancos y las grandes copadas de capelán, de más de 70 toneladas y de lenta digestión en la factoría del barco, daban tiempo para el trabajo rutinario, la charla, leer, seguir la BBC y mantener la nostalgia de la vida en tierra. También para largar la liña donde, por azar, entraban al anzuelo bacalaos y halibuts, uno bien cumplido, o platijas. O tiempo para recordar la película Capitanes Intrépidos, cuando aún Kurlanski no había publicado El bacalao, el pescado que cambió el mundo, o para leer la crónica de 1951 de Alan Villiers de su viaje al Gran Banco y a Groenlandia en la goleta lusa Argus, sobre la épica de la flota blanca portuguesa. La última actividad económica con navegación a vela cruzando el océano: la pesca del bacalao por hombres y barcos portugueses. Tan dura que al parecer trabajar en ellos libraba de ir a las guerras coloniales en Angola y Mozambique, en tiempos de Salazar. Una flota donde hombres solos desde sus doris, pequeñas embarcaciones de madera con la popa y la proa arrufadas, pescaban durante toda la jornada el bacalao, para ser de nuevo recogidos al atardecer por la goleta matriz, donde el bacalao se salgaba. En Portugal ya nada es así, pero pueden recordarlo en el Museu Marítimo de Ílhavo. Sigue siendo el país de mayor consumo de bacalao por habitante del mundo, cediendo la primogenitura absoluta a su antiguo imperio brasileño. Algo de poco mérito si comparamos los 10 millones de portugueses frente a los 240 de brasileiros. Y para mantener tal consumo y afición, cerrados los caladeros de Terranova hace años, y con ello reducida la cuota portuguesa de bacalao en el Atlántico norte, recurren a Noruega, Islandia o Rusia para obtener las cuatro o cinco mil toneladas que consumen el día de Nochebuena, o las setenta mil que consumen cada año. Una quinta parte del bacalao pescado en el mundo.
Más sorprendente y menos conocida es la importancia del arroz en Portugal. Un consumo y una producción que les permiten ser los mayores consumidores de arroz de Europa, unos 16 kilogramos por persona y año, frente a una media europea de 4 o 5 kilos. Portugal produce entre 150 y 180 millones de kilos, en los estuarios del Mondego, el Tajo y el Sado, de los que dos tercios son de arroz Carolino de grano corto, que absorbe los sabores de los ingredientes que le acompañan, y un tercio de arroz de Agulha, arroz índico de grano largo.
Arroces que llegaron con la presencia árabe y bereber en la península. Mucho antes de las descubiertas en África y las Indias orientales, donde aún hoy gustan del bacalao. Disculpas para pensar en Portugal, un abril de pandemia.