
El legado de David Beriain es un álbum de lugares olvidados, de sitios lejanos donde explotan las bombas, de laboratorios en la selva donde se fabrica droga, de mafias, de las FARC, de la guerra. Los ojos de un mundo que desasosiega e incomoda. Él conseguía observarlo y contarlo con la cercanía y la naturalidad de quien se acerca a un criminal con genuino interés antropológico. Seguro que si le preguntamos a Google descubriremos que estos días, desde que fue asesinado en su última misión periodística, una de las búsquedas recurrentes ha sido «dónde ver Clandestino», su trabajo de referencia, tantas veces premiado como relegado por una programación generalista que no compromete ni hace pensar. Clandestino ya no figura en las plataformas habituales. Sí se puede ver, sin embargo, su recién estrenada Palomares, un interesante trabajo de su productora que analiza el accidente nuclear que pudo borrar del mapa un trozo de España. Tan lejos o tan cerca, supo llenar su mochila de historias que merecía la pena contar, como hizo con su documental sobre percebeiros de Cedeira y obtuvo una candidatura al Goya. El periodista que oyó silbar los misiles sobre su cabeza y se curtió en mil batallas le puso a su empresa el nombre de 93 Metros, que era la magnitud exacta del universo para su abuela. La distancia que separaba la puerta de su casa del banco de la iglesia donde solía rezar. En ese pequeño trecho Beriain abarcó el planeta entero.