Nadie discute que en Madrid el Partido Popular ha ganado con claridad las elecciones y que el descalabro del PSOE es notable. Es evidente también que la candidata de Más Madrid ha concentrado buena parte del voto de izquierdas y que Ciudadanos está al borde de la extinción; finalmente, la irrupción de Pablo Iglesias no ha conseguido mejorar sustancialmente los resultados de Podemos. Hasta ahí creo que todos estamos de acuerdo. Si echamos la vista atrás en los procesos electorales de Madrid, vemos que Alberto Ruiz-Gallardón consiguió la mayoría absoluta en 1995 y 1999, y que Esperanza Aguirre hizo lo mismo en la repetición del 2003 y en los años 2007 y 2011; en las elecciones famosas por el Tamayazo, Aguirre obtuvo cerca del 47 % de los votos, a un escaño de la mayoría absoluta. Hasta ahora, solo Cifuentes y Ayuso se habían quedado en torno a los treinta diputados.
La actual presidenta ha obtenido el mismo resultado que Esperanza Aguirre cuando perdió las elecciones (44,7 % de los votos), ligeramente superior al 42 % que sumaron Ciudadanos y el Partido Popular en las anteriores elecciones, quedándose a cuatro escaños de la mayoría absoluta. Así las cosas, la pregunta es obvia: ¿por qué esta orgía de éxito si ha ocurrido lo de siempre? Obviamente, yo tengo mi propia teoría con la que, seguro, no todos estarán de acuerdo.
Mi impresión es que la verdadera «sorpresa» es que una candidata que se ha limitado a decir «libertad» y a explotar una especie de nacionalismo madrileño cutre haya obtenido tan buen resultado. Es verdad que ha contado con el apoyo de la mayoría de los medios de comunicación, que solo se equivoca quien dice algo, pero hay que reconocerle el mérito de pasar de puntillas sobre los problemas de la comunidad.
Sinceramente, yo no imagino a Alberto Núñez Feijoo hablando de que nos va a dejar tomar un ribeiro en una terraza o pidiendo el voto porque vamos a poder ir a la Feira do Grelo. Ya me veo alguna portada a cuatro columnas: El candidato del Partido Popular a presidir la Xunta ha declarado: «Si llego a presidente haré que nadie se encuentre con su ex ni en Baralla ni en Cangas». Pues es lo que ha ocurrido.
Ojo, no digo que los madrileños se hayan equivocado al votar, digo que es lo normal allí. En una ciudad en que la principal actividad económica son los servicios, que suponen un 85 % del PIB total; donde las funciones administrativas, por albergar la Administración central del Estado, y financieras (Madrid es la sede de gran cantidad de empresas y acoge la mitad del capital financiero nacional) tienen una gran importancia, ese mensaje de «las cañitas» ha calado.
En resumen, aunque el resultado no me guste, nada hay de novedad en lo que casi siempre ocurre. ¿Otra cañita sin distancia de seguridad?