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Yerra quien pretenda ver en la crisis ceutí una simple reacción a la hospitalización en España del líder del Polisario y un pulso directo con Madrid. El laxismo marroquí en el control fronterizo, que ha desembocado en una avalancha de inmigrantes de magnitud inédita, es el colofón a una estrategia bien definida, en marcha desde hace lustros, confortada por Trump y que asienta a Marruecos sobre sólidos apoyos para plantear un desafío a Europa en las narices del Estado español.
A pesar del estatuto avanzado en la UE y sus pingües contrapartidas, lo vacilante de la asociación y el rol gregario asignado por Bruselas a Marruecos, que se erige en «gendarme de Europa», instiga a Rabat a avanzar hacia una minuciosa diversificación diplomática. Se restablecen y consolidan nexos con potencias como Rusia y China, y también con Turquía. Se consuma el regreso a la Unión Africana, sancionando su ineludibilidad y la eficacia su soft power continental. Se consolida la unión con el Consejo de Cooperación del Golfo, implicándose en la guerra de Yemen contra el chiismo que auspicia Irán, presentado como aliado del Polisario. Se destinan ingentes recursos a lobis y comunicación, apuntalando su influencia en la UE y Washington. Y el brexit brinda a Londres como alternativa ante cualquier atisbo de contrariedad con Bruselas.
Jared Kushner, yerno de Trump, brinda a Mohamed VI el reconocimiento de su soberanía en el Sáhara Occidental a cambio de la normalización con Israel, además de una sustancial ayuda económica, acuerdos comerciales, inversiones y una reforzada cooperación militar. También hay ventajas del lado israelí, erigiéndose Rabat en partner estratégico, táctico, económico, financiero, comercial y turístico. Palacio colige que tal hito debe comportar que Europa avance en el mismo sentido, abortando definitivamente la opción de la autodeterminación saharaui. El ministro de Exteriores, Naser Burita, interpela a Bruselas a «salir de su zona de confort y apoyar esta tendencia internacional». Por si acaso, emite un aviso a navegantes: «Europa necesita una zona sahelo-sahariana estable y segura». Es decir, o Marruecos o el caos.
En paralelo aumenta la política de gestos, que adopta paulatina virulencia, primero contra Alemania y luego hacia España, con una ofensiva acorde a la historia, realidad y conflictividad bilateral. Rabat exigía ya entonces una «posición positiva» española, privilegiando la agresividad hasta donde fuera necesario, y Gali solo fue el detonante. Ceuta es el colofón de una estrategia digna de Maquiavelo, ajena a moral, de calado continental, consciente Rabat de sus apoyos, de las debilidades de su oponente y con una capacidad de influencia que dista de la caricatura que Madrid hace. Y de paso, claro, con el enemigo extramuros, Marruecos desvía la atención de las grandes crisis internas que ponen en riesgo la supervivencia del propio régimen.