«La gente no quiere la verdad. Quiere una explicación rápida y sencilla de por qué no son felices». Así decía Joseph Goebbels, el infame ministro de propaganda nazi, y sigue siendo extremadamente pertinente a día de hoy. Vean la derecha americana, que sigue insistiendo en que la elección presidencial del 2020 fue fraudulenta. Imagine una persona como Trump con su eslogan de «Volver a hacer a América grande»: usted es infeliz no porque (inserte aquí su situación particular), sino porque los inmigrantes/minorías/liberales/periodistas/Hollywood/etcétera están arruinando América. Y yo soy el único que lo puede arreglar.
Vamos, solo le faltaba la conspiración judeo-masónica-marxista-internacional. Y digo Trump por intentar mantener un tono políticamente neutral con el lector. Pero este fenómeno no es exclusivo de EE.UU.
Históricamente en Alemania, una situación complicadísima por los efectos posteriores a la Primera Guerra Mundial, el Tratado de Versalles, la hiperinflación, etcétera, quedó reducida a «los judíos». Más recientemente, soluciones reales a una pandemia global son secundarias a los intereses políticos (aparentemente, la hidroxicloroquina y las mascarillas solo funcionan dependiendo de si usted es republicano o demócrata).
En Nueva York observo multitud de protestas acerca del conflicto palestino-israelí, con los comentarios obligatorios de iluminados y políticos que nos ofrecen soluciones en 280 caracteres o menos. Las opiniones se repiten en cada esquina por individuos seguros de sí mismos. Pero que si les mencionas, por ejemplo, el impacto histórico de Jordan(ia) en el conflicto, te preguntan si no jugaba en los Chicago Bulls con el número 23?
Y no. Tampoco vamos a encontrar una solución a ese conflicto, o al covid, o a la situación actual en Ceuta y Melilla, en los caracteres que este artículo permite. Pero quizá podríamos entender que la verdad es generalmente compleja y llena de matices. Como ciudadanos en una democracia, tenemos la obligación moral y cívica de informarnos. Cualquier político que nos dé soluciones sencillas a problemas complicados, nos engaña. Dirán ustedes «bueno, ya sabes cómo son los políticos». Lo sé. Todos lo sabemos. Y ese es el gran problema.
Y he ahí la moraleja de la historia: «Que nos engañen una vez debería darles vergüenza. Que nos engañen dos veces debería darnos vergüenza».