España vive en permanente estrés. No hay un solo día en el que nuestro país no esté metido en un lío de gran relevancia, acompañado de todo tipo de ruido y de una sensación de asunto irresoluble del que no saldremos nunca. Es como si todos los días asistiéramos a un desastre, o como si cualquier pequeño o gran problema se convirtiera en una montaña insuperable.
Tenemos el jeroglífico catalán, el problema marroquí, el problema de la pandemia, el del paro juvenil, el de la demografía, el de la extrema derecha.... De todos ellos, solo hay uno, gracias a la vacuna, que parece haber emprendido el camino de la solución. De los demás...
Atribuyen a Otto von Bismarck la famosa frase: «España es el país más fuerte del mundo, lleva siglos intentando destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido». Quizá sea cierto que, en el fondo, España es un país con una fortaleza tal que lo convierte en indestructible, incluso ante los continuos autoataques que padece. Pero, sin embargo, si analizamos todos los síntomas por separado lo que nos encontramos es un Estado que atraviesa momentos de profunda debilidad. Débil dentro de sus fronteras y raquítico fuera de ellas. No hay más que echar un vistazo a lo que está ocurriendo con Marruecos y con los catalanes. Dos órdagos que sufre el país y que nos hacen ver que estamos anémicos ante todos los peligros que nos rodean.
El conflicto con Marruecos ha dejado al desnudo nuestra nula capacidad diplomática y nuestro verdadero peso internacional. Poco o nada pintamos. Biden ni nos llama por teléfono. Por más que pertenezcamos a la OTAN y que seamos miembros de pleno derecho de la UE, lo cierto es Mohamed VI tiene la sartén por el mango y él decide cuándo aprieta y cuándo afloja sobre nuestra frontera africana. Los marroquíes no solo mantienen estrechos lazos con los Estados Unidos, sino que sus relaciones con Francia son muy potentes, por citar los dos ejemplos más significativos. Ni siquiera militarmente existe hoy en día la diferencia que hubo antaño a favor de los españoles sobre los magrebíes.
Pero si fuera somos unos alfeñiques, dentro no nos va mejor. Solo así se entiende que a estas alturas del partido, el Gobierno de España siga hablando de indultos a los presos del golpe catalán. Se acaba de acordar Gobierno en Cataluña y ERC, Junts y la CUP ya hablan de continuar con su desafío secesionista y celebrar otra consulta durante la legislatura que ahora empiezan. Y la respuesta del Gabinete de Pedro Sánchez ante el enquistado disparate independentistas es hablar de los indultos, incluso cuando los catalanes frentistas alardean de que volverían a hacer lo que hicieron. Y todo ello porque no reconocen la legislación española, ni la autoridad de la democracia de este país. Porque se sienten fuertes y porque ven un rival débil. Todo, en realidad, porque se están enfrentando a un Estado titubeante que no ha sabido en ningún momento cogerle el pulso al asunto y que tiene miedo, incluso, a aplicar sus propias leyes.