ETA y los indultos: una respuesta

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Javier Zorrilla | Efe

11 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En un país donde los argumentos se contestan frecuentemente con insultos y las polémicas suelen acabar, o comenzar, como pelea de gallos, es ejemplificador un debate razonable y educado. Por eso, y porque creo que el tema de fondo tiene mucha más relevancia de la que algunos le atribuyen, voy a dedicar esta columna a contraargumentar frente a lo que sostuvo ayer aquí Fernando Salgado, buen amigo, criticando un artículo mío del domingo.

En él sostenía yo que el fin de ETA no había sido fruto del diálogo, sino de la acción policial y judicial y la ley de partidos, enseñanza útil para acercarse a lo que sucede en Cataluña. Pues frente a la presión (no violenta, por fortuna) que se produce allí contra la unidad del Estado (la misma que mantuvo ETA con sus atentados), de nada servirá el dialogo mientras la alternativa separatista sea amnistía y autodeterminación o amnistía y autodeterminación. Por tanto, y así las cosas, solo cabe en Cataluña «aguantar, aplicando las leyes y la Constitución, hasta ganar». Mis consideraciones sobre la política del Gobierno y los indultos no vienen ahora al caso.

Mantiene Fernando, por el contrario, que «todos los presidentes ensayaron la vía del diálogo» con ETA; que esos intentos no fueron estériles, pues «contribuyeron al debilitamiento y posterior final de ETA»; y que, en fin, pensando en Cataluña, habrá que probar que «los intentos negociadores no solo fueron estériles, sino que dieron alas a los terroristas y alargaron la vida de la banda». Vamos a ello.

Es verdad que todos los Gobiernos negociaron (Fernando hace una lista que lo ilustra), pero que lo hicieran durante más de cuatro décadas es la mejor prueba de su ineficacia contra ETA, que no se debilitó por el diálogo sino por la acción represiva y la presión popular que, junto al impacto de los atentados de las Torres Gemelas, convencieron a ETA de su inutilidad. La demostración de que su fin fue fruto de una rendición incondicional y no del diálogo es que por el abandono de las armas no obtuvo ETA nada a cambio, ni para el País Vasco ni para sus presos o fugados.

Pero la cuestión mollar de la tesis de Fernando, esencial para la situación de Cataluña, es si el diálogo alargó o acortó la vida de ETA. En lo primero concuerdan la práctica totalidad de los especialistas: Savater, Alonso, Arteta, Barbería, Unzueta o Domínguez, entre otros. Pero es algo además puramente intuitivo: antes, en el País Vasco, como ahora, salvadas todas las distancias, en Cataluña, la expectativa de la negociación mantiene viva la presión. Para quienes -los nacionalistas- justifican su existencia planteando un objetivo que jamás alcanzarán (la independencia) negociar es el carburante que da sentido a su papel. ETA se hubiera acabado mucho antes si nadie se hubiera prestado a negociar con los terroristas. Y el secesionismo catalán dejaría de tener sentido a los ojos de muchos de quienes lo votan si la perspectiva de ser un útil interlocutor con el Gobierno se esfumara en lugar de fomentarse.