Cuando los padres matan a sus hijos

OPINIÓN

BORJA SUAREZ | Reuters

12 jun 2021 . Actualizado a las 10:18 h.

El mal absoluto -inmenso, absurdo, gratuito y cruel- no anida en las personas, que no tienen capacidad ni instinto para asumirlo, sino en sociedades y organizaciones, desorientadas o corruptas, que bloqueen la conciencia y los sentimientos personales en favor de actuaciones sociales de las que nadie se siente responsable. Los malos, incluidos los malísimos, quieren beneficiarse del mal, y, con esa desviada intención, roban, matan, organizan grupos mafiosos o terroristas, pero no se suicidan -salvo si los derrotan-, ni demuelen el mundo, porque el mismo desvío que los habilita para el mal les impone ciertos límites y deberes. El mal absoluto solo aparece cuando una organización -los nazis, los mafiosos, los dictadores totalitarios e incluso una sociedad desorientada y enferma- cambian la naturaleza del mal, y en vez de considerarlo algo indeseable, pero necesario, lo convierten en un regenerador de mundos corrompidos, o en una forma de mantener lo que consideran un orden universal. Porque, una vez que el mal se convierte en bien, la lógica les dice -¡vaya por Dios!- que cuanto más daño hacen, mejores son.

Por eso pienso que la enorme desgracia que se abatió sobre la familia Gimeno-Zimmermann, que se llevó por delante a dos preciosas niñas y a un padre que un día estuvo enamorado, y que se levantó muchas noches a tapar a sus niñas, terminase sumida en un episodio de violencia absoluta en el que todos -desde perspectivas distintas- son víctimas del mismo torbellino. Yo creo que esta violencia que se ceba en los niños no se puede explicar por grados de maldad, perversión u obcecación machista, y que solo puede tener explicación en alguna inversión o elusión de valores que, en un contexto social inadecuado, dopa psicológicamente, y releva de su conciencia, a los asesinos que cruzan la frontera del mal absoluto.

Creo que las familias, que empezaron a ser regladas y construidas al servicio de los niños -que eso significa el matrimonio-, se regulan hoy al margen de estos y con la prioridad de satisfacer las determinaciones vitales y sexuales de los contrayentes. Creo que el entorno de compleja movilidad familiar, que los niños están asumiendo bastante bien, no es entendido, paradójicamente, por los adultos. Creo que las políticas de protección y control de la violencia familiar o de género, que tienen algunos aspectos muy positivos a la hora de extender la red de vigilancia y denuncia, también están produciendo el pernicioso efecto de normalizar en todas las agendas políticas y mediáticas -por vía de reacción- a todos los violentos. Y creo, finalmente que este asunto, planteado en torno al eje buenos y malos -cuando no de buenas y malos- está convirtiendo este problema en una película de vaqueros, en la que los buenos solo ganan al final, cuando los malos ya han terminado su fúnebre faena. Por eso me parece que, si no hacemos un alto para la reflexión, y seguimos creyendo que el camino elegido es el único posible, nos vamos a equivocar radicalmente.