Ridículo viene del latín ridiculus: «Que provoca risa o burla».
Uno de los rasgos característicos de la civilización actual es la pérdida del sentimiento de pudor y la vergüenza; desde que la vida se hizo transparente y la pantalla se transformó en el ojo de la cerradura donde unos y otros espían sus vidas, ambos sentimientos declinaron.
Cada cual puede hacer lo que le dé la gana con su intimidad, si bien conviene señalar que cuando uno expone su vida al público se expone al linchamiento digital, al ciberacoso, al insulto anónimo de las redes y lo que es peor, al ridículo.
A pesar de ser un pueblo en general extrovertido y dicharachero, el español siempre ha tenido un alto sentido del ridículo. La noción de ridículo es algo muy subjetivo, ya que nunca se sabe el impacto emocional que la mofa del otro puede producir en uno; para algunos la burla de los demás puede ser un activo positivo si lo que pretende con sus chanzas es fama, popularidad o «me gustas» con los que rentabilizar su exposición pública. Para otros puede ser demoledor en su amor propio y precipitarlo hacia la angustia del bullying, la evitación, la inseguridad y la depresión.
Decía Josep Plá que las gentes que hacen el ridículo suelen ser gente envidiosa, algo que tiene sentido si se tiene en cuenta que muchas veces el ridículo se hace al tratar de emular la excelencia que vemos en otros y que nos sentimos capaces de conseguir, ya sean estilismos, tatuajes, récords Guinness o modos y maneras de la famocracia que entretiene al mundo -sobre todo a jóvenes y talludos adolescentes perpetuos de gimnasio y bisturí-. La gente no resulta ridícula por lo que es, sino por lo que quiere aparentar ser.
Aristóteles, en su tratado de la Retórica define lo risible, y más concretamente lo ridículo, con esta definición: las burlas son insolencias educadas. Es decir, que cuando nos burlamos de alguien que a nuestro parecer hace el ridículo somos insolentes pero con una cierta educación, con cierto pudor, no con afán de hacer daño. Cuando ves a las personas hacer el ridículo y sientes vergüenza ajena percibes esta educada realidad.
La decadencia del pudor y la vergüenza, junto con la expansión de la envidia y el intento de emular a toda esta saturación de personajes imposibles que inundan redes y pantallas, no solo ha llenado el paisaje de gente ridícula, sino también de burlas desalmadas y vacías de educación.
Y en otro orden de cosas, la delicada situación que vivimos hace buena la advertencia achacada a Napoleón: «De lo sublime a lo ridículo solo hay un paso».
Tengan prudencia, señores.