Observen ustedes la última estrategia del Gobierno y del Partido Socialista: culpar al PP y, singularmente, al Ejecutivo de Mariano Rajoy, de lo que Pedro Sánchez llamó durante bastante tiempo «rebelión» del independentismo catalán. En la tarea de seducción de la opinión pública para los inmediatos indultos y ante la dureza de la oposición de Pablo Casado, Santiago Abascal e Inés Arrimadas, esa es la réplica socialista: el inmovilismo de Rajoy, la falta de diálogo y eso que se llama «la incomprensión de Madrid» son los que provocaron el estallido, dos referendos ilegales y todo lo que desembocó en el juicio que envió a los líderes a la cárcel.
Me apresuro a decir que la estrategia no es nueva. Cuando Aznar terminó su última legislatura, también se escribió que su mandato había sido «una fábrica de independentistas». Se alegó como prueba el ascenso de Esquerra Republicana durante los años de la mayoría absoluta aznarista, y fríamente los números lo confirman. En las elecciones generales de 1996, Esquerra Republicana solo tuvo 167.000 votos. En las del 2004, subió medio millón de votos, hasta llegar a los 652.000 y su correspondiente aumento de diputados en el Congreso. En el análisis faltan factores importantes, como el cambio de liderazgo (se pasó de Rahola a Carod-Rovira) y falta contemplar la fortaleza de la competencia, pero vale como brocha gorda para culpar a la política de Aznar del renacimiento independentista.
El momento más glorioso de Esquerra -casualidades de la política- también se produjo tras el segundo mandato de Rajoy: en las primeras elecciones generales del 2019, el partido soberanista superó el millón de votos con 15 diputados, pero también falta un detalle importante: el líder en esa convocatoria era Oriol Junqueras. Y además, parece injusto calificar el mandato de Rajoy como falto de diálogo, porque fue la etapa en que la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría llegó a tener despacho en Barcelona, en una iniciativa que entonces se llamó precisamente «Operación Diálogo». Se puede decir que fracasó, porque es cierto, pero no se puede decir que se dio la espalda. El «desapego» del que había alertado ya Montilla tenía otras raíces.
Pero en la política ocurre lo que ya decía Lampedusa en El Gatopardo: «Para la criatura humana no hay mayor placer que el de gritar ¡la culpa es tuya!». Y el profesor Daniel Innerarity escribió que no hay nada mejor que la designación de un culpable «que nos exonere de construir una responsabilidad colectiva». Pues en eso andamos. El juego político consiste cada día más en designar, y a veces fabricar, culpables. Cataluña culpa a Madrid de sus males, Casado culpa a Sánchez de todo lo que nos ocurre, Sánchez utiliza la historia como venganza. Y a todos les falta la honradez de asumir su parte de culpa, que en muchos casos, como diría Rajoy, ha sido descomunal.