¿Y si Pardo Bazán hubiese sido guapa?

Cristina Sánchez-Andrade GANADORA DEL PREMIO DE PERIODISMO JULIO CAMBA

OPINIÓN

Zipi | Efe

23 jun 2021 . Actualizado a las 10:31 h.

«Puta», «marimacho» o «literata fea con peligro de volverse librepensadora»… Estos eran algunos de los adjetivos que utilizaron varios de sus contemporáneos varones para referirse a Emilia Pardo Bazán, como cuenta la magnífica exposición que se puede ver (del 9 de junio al 26 de septiembre) sobre la escritora en la Biblioteca Nacional. Entre esos hombres estaba, por ejemplo, Leopoldo Alas, Clarín. Cuando la RAE se negó a dar a la gallega un sillón de académica, él respiró aliviado: «Es como si se empeñara en ser guardia civila», dijo. E insistió con la bromita de que una mujer pudiera convertirse en miembra. Como insulto de mujer machorra está el de Fernanflor (Isidoro Fernández Flores): «Su pluma es viril y sus adjetivos tienen bigotes; como escritora gasta barba corrida». Circulaba incluso un chiste de boca en boca preguntándose en qué se parecía Pardo Bazán a los nuevos tranvías de Madrid: «En que pasa por Lista y no llega a Hermosilla».

Que yo sepa, nadie habló del físico de ninguno de estos hombres para medir su capacidad como escritores o periodistas. Está claro que algo les escocía cuando la mujer destacaba. ¿Sería miedo? ¿Tal vez envidia? No me extrañaría; al fin y al cabo es algo muy nuestro. En todo caso, las mujeres, para no ser tildadas de feas y marimachos, tenían que quedarse quietecitas en casa, atendiendo a los suyos, chiss, sin abrir la boca.

Lo mejor es que a Pardo Bazán todo esto le daba igual. Prueba de ello es que siempre fue por libre e hizo lo que le dio la gana: era católica practicante y a la vez feminista radical; aristócrata elitista y, sin embargo, mujer libre; muy conservadora en lo político, pero liberal en sus costumbres. Es decir, inclasificable.

Y yo me pregunto, ¿qué hubiera pasado de ser Pardo Bazán una Claudia Schiffer del momento? Sospecho que hubiera sido aún peor, porque para muchos (aún hoy) si eres guapa no puedes ser lista, y menos intelectual. Curiosamente -la escritura siempre sabe más que el escritor-, ella misma contestó a esta pregunta a través de uno de sus relatos. Se titula La dentadura y trata de una joven, Águeda, que está perdidamente enamorada de Fausto, su prometido. Tan enamorada está, y tanto quiere complacerle, que un día le pide que le saque algún defecto para, si puede, corregirlo. Forzado este a decir la verdad, le confiesa que aunque es «muy mona…, muy guapa», y aunque tiene «la tez de leche y rosas, unas facciones torneadas, unos ojos de terciopelo negro (y) un talle que se puede abarcar con un brazalete… Lo único que (le) desmerece… así…, un poquito es la dentadura».

Dispuesta Águeda a complacer al hombre, se hace arrancar todos los dientes y ponerse una dentadura nueva, «menuda, fina, igual, divinamente colocada: dos hileras de perlas» que además le cuestan un riñón. Pues bien, cuando años después, alguien le pregunta a Fausto que por qué rompió, de golpe, con la joven, «que aún permanecía soltera y llevaba trazas de permanecer así toda la vida», Fausto responde, después de hacer memoria un instante: «¿Águeda…? ¡Ah, sí! Ahora recuerdo… ¡Porque no es posible que entusiasme una muchacha sabiendo que lleva todos los dientes postizos…!».