Citar en un mismo artículo a ETA y al separatismo catalán es suficiente para que hoy en día a uno lo cuelguen del palo mayor o lo lapiden en la plaza pública, aunque se distinga nítidamente entre los medios de uno y otro para conseguir el mismo fin: la independencia unilateral de España al margen de la vía constitucional. De manera que quienes analicen lo que pasa en el mundo con tales anteojeras y tan cortas entendederas, y tengan activada la alarma para detectar la presencia de los dos términos en un texto, pueden saltarse lo que viene a continuación.
El motivo por el que lo que entonces también se llamaba «el conflicto» se enquistó en el País Vasco no fueron los asesinatos de ETA, sino el hecho de que los nacionalistas que gobernaban Euskadi compartían los fines de la banda, aunque no sus medios, por más que Arzalluz dijera lo del árbol y las nueces. Fue el hecho de que la reivindicación separatista se sustentara desde el Gobierno vasco, y no los crímenes de ETA, lo que llevó a muchos españoles a pensar que no había más solución que un referendo de independencia. Entonces, como ahora en Cataluña, fue fundamental para ese derrotismo el apoyo de la Iglesia y el empresariado vasco a las reivindicaciones secesionistas.
Pero no fue así. Pese a esa presión política y social, y al salvajismo de ETA, los sucesivos gobiernos de España no se sentaron jamás con el Ejecutivo vasco a hablar de autodeterminación o de referendo. Sí lo hicieron con la propia ETA, pero para hablar de presos, no del modelo territorial. Y luego, cuando Ibarretxe planteó, con el apoyo de la mayoría del Parlamento vasco, que Euskadi fuera un Estado libre asociado, fue mandado de vuelta a casa por el PSOE y el PP.
Si quieren más comparaciones, recuerden lo que dijo Arzalluz cuando pactó con el PP en 1996: «He conseguido más en 14 días con Aznar que en 13 años con Felipe González». Y cotéjenlo con lo que acaba de decir Junqueras. «La actitud del Gobierno español es la mejor que hemos conocido en la última década». Pero recuerden también que, pese a que Aznar mejoró en ese pacto el concierto económico y desarrolló enormemente el Estatuto, solo dos años después el PNV firmaba el pacto de Lizarra con el brazo político de ETA, reclamando la soberanía porque «el Estatuto ha muerto». Hoy, Aragonés intenta lo mismo con Sánchez en la Moncloa. Hacer caja y luego volver al monte. El separatismo es insaciable.
Para los más pesimistas, que creen, como se pensaba del País Vasco, que en Cataluña no hay más salida que ceder, solo recordarles que en Euskadi, con muertos y sin ellos, no solo no se negoció nunca sobre un referendo ni sobre autodeterminación, sino que el Estatuto vigente es el aprobado en 1979. No se cedió nada en eso, aunque el acercamiento de presos, diez años después del fin de ETA, ofenda con razón a las víctimas. El frikismo a lo Braveheart de Arzalluz dio paso al pragmatismo de Urkullu. Y hoy en el País Vasco hay más normalidad social e institucional que nunca. Ceder ante el secesionismo es una opción política. Pero no la solución. Ahora, que empiece la lapidación.