Todo el mundo conoce (quiero creer que incluso los más jóvenes) la historia de Pedro y el lobo que nos contaban nuestros padres, con gran éxito de público, hasta que caíamos vencidos por el sueño: Pedro era un pastor que para divertirse a costa de sus vecinos gritaba ¡Que viene el lobo! una y otra vez. Estos, generosos, acudían siempre a ayudarle a salvar a su rebaño. Pero un día que vino el lobo de verdad, los gritos de Pedro cayeron en el vacío, pues ya nadie prestó atención a la llamada de socorro del pastor. La moraleja es evidente: quien miente una y otra vez acaba perdiendo toda credibilidad y ya nadie le hace caso.
Antes de ayer pudo comprobarlo, para su humillación, otro Pedro, Sánchez por más señas, cuando en el Congreso hizo una sonora promesa («El PSOE nunca jamás aceptará un referendo de autodeterminación»), que el presidente quiso formular con la misma solemnidad con que Escarlata O’Hara (insuperable Vivien Leigh) pronunció, erguida en la colina, y después de haber pasado mil penalidades, la frase más conmovedora de una película llena de emociones: «¡Pongo a Dios por testigo de que jamás volveré a pasar hambre!».
Sin embargo, lo que Sánchez pretendió convertir en un momento electrizante acabó convertido en un espectáculo bufo, en el que, desde todas las esquinas de la cámara se le tomó por el pito del sereno. El reproche de sus aliados nacionalistas y de sus adversarios constitucionalistas fue común y golpeó al líder socialista como el martillo del herrero que cae una y otra vez sobre la pieza de metal colocada sobre el yunque: también dijo usted que nunca jamás concedería los indultos y ya se ve lo que vale su palabra. Al fin, como era obvio que iba a ocurrir antes o después, se hizo realidad la certeza proclamada por Abraham Lincoln hace más de dos centurias: que no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo.
Los portavoces constitucionalistas se lo recordaron al presidente, acusándolo de estar maniobrando con los separatistas para urdir sabe Dios qué componenda, con el único objetivo de tener un aliado seguro, ERC, que le asegure la continuidad de la legislatura (por cierto: los que insisten en que tal apoyo no le hace ya falta a Sánchez desconocen por completo cómo funciona un sistema parlamentario de gobierno). Los separatistas hicieron lo propio para dejarle claro que, al igual que concedió los indultos, volverían a doblar la cerviz del presidente: «Denos tiempo», amenazó Rufián con su bravuconería habitual.
Tras la sesión flotaba en el ambiente aquella reflexión con que Carlos Marx abrió El 18 Brumario de Luis Bonaparte: «Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa». En nuestro caso ni el hecho es grande ni mucho menos lo es el personaje: por eso nuestra farsa es ya solamente una astracanada. Un triste drama caído en manos de intérpretes de quinta división.